Pieza del mes


Mayo - Junio

Por: Marianne de Tolentino

La pieza del mes: “A Inolvidable y vanguardista, la gran Soucy de Pellerano”.

La Pinacoteca del Banco Central tiene una representación fehaciente de la pintura de Soucy de Pellerano, no solamente en relación con su estilo expresionista peculiar, sino por los temas plasmados en los lienzos. Dos se refieren al famoso “Maquinotrón”, una escultura pionera en la plástica dominicana, que invitaba a entrar en su estructura de hierro, se movía y satirizaba nuestra deshumanizada era industrial. Otras obras –cuatro en total- aparentemente pertenecen a géneros tradicionales: virgen, paisaje, bodegón-, pero, obviamente, se trata de una figuración especial que privilegia lo imaginario y una versión muy personal… inconfundible. También nos interesa señalar que, cuando el pigmento acrílico tanto ha sustituido el óleo, la pintura de aceite instrumenta el colorido de los seis cuadros.

Soucy de Pellerano nos ha privado de sus aventuras geniales, al morir en el 2014. Hasta el final fue una artista fuera de normas. A los 82 años, en Casa de Teatro, interpretó una performance, como cosmonauta, penetrando en una “cápsula espacial”, que recordaba aquella anticuada nevera… de la cual ella también salía, en otra actuación memorable y descomunal, en el umbral del tercer milenio.

Una artista y profesora excepcional

Soucy de Pellerano significa más de medio siglo de creación, audaz y utópica, volcada hacia el porvenir. En todos los formatos, dibujos, pinturas, collages, esculturas, instalaciones y las mismas como “imágenes” mecánicas y en movimiento, se han sucedido y coproducido de manera insólita, gracias a fantasía y fantasmagoría inagotables, a la juventud creadora de quien fue la pionera de la contemporaneidad nacional. ¡Hasta llegó a construir una de las más bellas e impactantes escenografías dominicanas para “Sueños de una Noche de Verano” de Shakespeare!

Si nos abocamos a reflexionar retrospectivamente, “doña Soucy” – su apodo de cariño- , que, desde los 70, traspasó la envoltura corporal de la criatura humana y reveló sus entrañas, encolando placas radiográficas, se recordará como una vidente en busca de la dimensión desconocida, pero, al mismo tiempo, capaz de volver constantemente a la pintura, a su estilo expresionista particular e irrepetible, perenne en concepto, forma y color.

También ella se distinguió en el magisterio: Soucy de Pellerano, excelente profesora, adorada por sus discípulos, les explicaba las vanguardias, les impulsaba a superarse e innovar. La artista buscaba una actitud distinta en el alumnado, como la quiso en los espectadores para que todos ellos se impliquen. Y quién más se implicó fue don Federico, su esposo, compañero y permanente apoyo. Ahora, están juntos de nuevo, y para siempre, en espacios de la cosmogonía trascendental…

Otro adiós El tiempo, inclemente y fugaz, ha hecho que, luego de la partida de Soucy de Pellerano, otro inmenso talento y símbolo de la plástica dominicana, hermano en el arte de nuestra “gran maga” –según la llamó Tony Capellán-, haya viajado hacia la constelación eterna, Guillo Pérez. Pensando en ellos, miraremos el cielo y las estrellas que pestañean…

Marzo - Abril

Por: Vladimir Velázquez Matos

La pieza del mes: “A don Guillo: In memoriam”. <

¡Caramba, ahora se nos ha ido don Guillo…! La parca de verdad se ha ensañado con las grandes figuras y valores humanos del arte y de la cultura de nuestro país, quedándonos cada día más solos y huérfanos con todo este antivalor que devora nuestras ilusiones, imperando las ideas más sórdidas que abonan un medioambiente plagado de todo tipo de vulgaridades y superficialidad, y, lo que es peor, por describir las presentes circunstancias la rotunda mediocridad que arropa cual denso capullo al conjunto de la estructura social; son los estertores de lo que alguna vez fuimos como nación digna y orgullosa de nuestros valores y dominicanidad.

Ahora se nos ha ido don Guillo y no hay nadie que sustituya su chispeante personalidad, su eximio talento para combinar en su infinita paleta el color del trópico, el color de la luz del campo dominicano, con sus exuberantes cañaverales, sus yuntas de bueyes halando carretadas de caña de azúcar hacia el trapiche, sus tornasolados amaneceres con saludables gallos que cantan al placer de la vida y el color, de hombres y mujeres que, pese al trabajo fatigoso de las labores del campo en estas zonas tropicales, se sienten felices de pertenecer a un universo en donde todo es más intenso y todo se siente en una dimensión más superlativa, porque la forma es más forma, la luz es más luz y el color es más color, en fin, en donde todo puede ser motivo para que el arte brote tal como este gran maestro lo supo representar como nadie en la pintura nacional.

Ya entre los muy jóvenes, a los cuales se les otorgan todos los premios importantes habidos y por haber, no hay ninguno que pinte, que sepa componer un cuadro, que sepa combinar majestuosamente el color, que sepa pintar pinturas sin trucos como lo hacía don Guillo Pérez, porque lo que hoy abunda es lo asquerosamente mostrenco, lo mal hecho, lo absurdo y vulgar apoyado por la crítica (si es que eso existe ahora mismo en este país) y las instituciones culturales más importantes, en donde la anti-pintura, el anti-arte parvulario y demente es el norte a seguir, equivocada dirección a que han empujado las modas imperantes de las metrópolis culturales de hoy día, y no la senda de excelencia que nos legaron gente que como don Guillo, que son los modelos a seguir.

En cosa de algo más de un año han desaparecido cuatro creadores fundamentales e insustituibles de la plástica dominicana; se fue el gran maestro Domingo Liz, personalidad atípica y descollante del arte dominicano, Fernando Ureña Rib, verdadero hombre del Renacimiento y orgullo de nuestra plástica, doña Soucy De Pellerano, la más joven (espiritualmente) y vanguardista de nuestros artistas, y ahora se va don Guillo, el más querido y popular de nuestros pintores, porque no hay nadie, niño, joven, viejo, campesino, chofer, doméstica, alto ejecutivo, etc., que no supiera quién era ese hombre de la cabeza y mirada felina que a algunos le recordaba a Santa Claus (a mí me recordaba a Leonardo), el personaje chispeante que siempre tenía una anécdota a flor de labios para hacer más amena una conversación, al que se le ocurría una gracia que hacía reír a sus contertulios, aquel que cruzó los cinco continentes llevando parte de nuestras tradiciones y nuestros coloridos campos en forma de cuadros, para el disfrute de los que aún respiramos y sentimos la belleza como el valor supremo de la creación humana.

Se ha ido don Guillo y estamos muy, pero muy tristes por dicha pérdida, pero tenemos el aliciente de su arte, sus bellísimos cuadros, imágenes que se perpetuarán en el imaginario colectivo como ha ocurrido con todos los grandes que en su momento nos dejan, pero la frescura y gracia de su imaginación siempre estará allí presente, y será admirada mientras exista en esta dimensión material una sensibilidad que tenga ojos para ver y el pensamiento limpio de tonterías y necedades conceptuales. Descanse en paz querido y entrañable amigo, su misión ha sido cumplida cabal y bellamente aquí en la Tierra.

Enero - Febrero

Por: Vladimir Velázquez Matos

A Fernando Ureña Rib In memoriam

No me lo podía creer; un buen amigo me llamó muy temprano en los días finales del pasado año (28 de diciembre para ser más exactos) y me dio la mala noticia: “Fernando murió en Berlín en víspera de un trasplante de pulmón…” ¡Pero, no puede ser, si yo lo había visto no hacía más que unos cuantos meses atrás en un céntrico mall aquí en Santo Domingo y lucía igual que siempre, pleno de vitalidad y salud! Lo pienso y aún no me lo creo, pero así es la vida: un día estamos aquí exultantes y colmados de energía positiva con muchísimos proyectos maravillosos armándose en la mente, y así, como quien no quiere la cosa, fácilmente nos vamos, desaparecemos, tal como lo hace un frágil diente de león perdido tras una violenta ráfaga de viento.

Así se fue Fernando Ureña Rib, uno de los más importantes artistas dominicanos de todos los tiempos, con una trayectoria tan amplia, abarcadora y trascendente en tantas disciplinas diversas, que pareciera obra de innumerables individuos que se decantan cada uno en un oficio hasta llevarlo a la misma perfección, porque en todo lo que él se propuso como meta, lo realizó con primoroso profesionalismo y belleza, no sabiéndose con exactitud si era más pintor que dibujante, escultor que escritor, erudito en muchas cosas (hasta compositor de canciones) que crítico de arte, ser humano excepcional que trotamundos incansable.

Y esa trascendencia de Fernando no era cosa de unos cuantos años hasta la fecha actual, ya que cuando quien suscribe estas líneas se inició en las lides del arte, allá a mediados de los años ochenta, él ya era una figura cimera de la plástica nacional con innumerables exposiciones en su haber, tanto en el país como en el extranjero, con una fama y cotización en ascenso y figurando su nombre y obra en conocidas publicaciones de los circuitos más importantes del arte a nivel mundial, por lo que decir: “es un Ureña Rib”, infundía respeto y admiración.

La mujer artista dominicana hoy
Quien conoció a Fernando sabía lo accesible que era, lo caballeroso o “gentleman” que manifestaba su trato fino con los demás, lo generoso que fue con los colegas, al punto de prácticamente incluir en su página de internet a todos los que él consideraba eran de tener en cuenta, ya sea un gran maestro de la plástica nacional, así como a cualquier joven desconocido que él advirtiera tuviese talento; era, en pocas palabras, un verdadero artista consciente de que su labor creativa tenía también un fin social que servía para divulgar los mejores valores espirituales de nuestro pueblo.

Por eso nunca se doblegó ante el esnobismo de las nuevas tendencias de la vanguardia que se han enquistado como garrapatas en nuestro medio, con toda esa plétora de anti-arte que aboga por el escándalo mediático, lo mal hecho e irreverente, y, sobre todo, lo vulgar, en la que era un crítico acérrimo al que se le escuchaba y leía con respeto (basta recordar sus críticas duras pero certeras a no pocas de las ediciones de la Bienal Nacional). Él, en ese tenor, tenía una frase que usaba a menudo: “Hay tres estadios en el arte actual: el ser uno mismo, el parecerse y el parecerse a… En este último punto están muchos de los que participan en las bienales”.

Siempre sentí una enorme admiración (a la vez que sana envidia) por la facilidad y maestría con que dibujaba; podía hacerlo en cualquier lugar y circunstancia: tanto mientras charlaba con alguien, así como escuchaba una conferencia o esperaba por alguien, etc., tal como también se dice estaba dotado Rubens con esta desenvoltura, y cada esbozo era simple y sencillamente una lección magistral en esa disciplina, con una belleza y limpieza en el trazo y la intención plástica que era apabullante. Una vez le pregunté: “¿Fernando, y cómo es que lo haces?” A lo que me respondía: “Sencillo, tomo el lápiz y me dejo llevar por el tema escuchando música, o cuando alguien me está leyendo un libro o me da una receta de cocina; no sé, es divirtiéndome en el proceso… Más nada”.

Y así era su disciplina con la pintura, en donde este trabajador verdaderamente incansable (un verdadero “workcoholic”) madrugaba para de inmediato ponerse felizmente a pintar, en el justo momento en que siempre empiezan a cantar los gallos anunciando la alborada, manifestando con su sublime paleta todas las combinaciones colorísticas imaginables de las que él era capaz de recrear en sus bellas doncellas-ninfas, faunos de ensueño y enigmáticas figuras orgánicas.

A todo esto se añade su brillante faceta de escritor, tanto en el género narrativo como en el ensayo y la crítica de arte, en donde manifestaba no sólo una cultura organizada y de múltiples intereses, sino un estilo rico e impecable, además de una agudísima imaginación que lo llevaba a abordar todos los temas (amor, suspense, terror, ciencia ficción, etc.), cualidades que por sí solas lo fueron consolidando como una figura con mérito propio en ese medio tan estricto y riguroso, un verdadero literato, y no como suele suceder con otros artistas, es decir, el de ser un pintor que escribe.

Era un melómano cultísimo que tenía facilidad de poder interpretar muchas piezas al piano, además de componer canciones, y si a eso se le agrega que también era un magnífico cineasta, con algunos cortos realmente estupendos, nos damos cuenta de la gran pérdida para el país que ha representado su partida de esta dimensión material; una pérdida irreparable y totalmente a destiempo, en un momento en que le daba brillo con su presencia al servicio exterior cuando más necesitamos de personas que como él, son los grandes embajadores del arte y la cultura, ajenos a las dobleces y mezquindades político partidarias con que espíritus pequeños, de baja ralea, avasallan otros litorales con lo menos bueno como representación de nuestra bella tierra quisqueyana.

Que descanse en paz quien en vida fue un extraordinario maestro del arte además de un dominicano ejemplar.

“Hoy, Fernando, tu nombre figura para siempre en el panteón de los inmortales”.

Septiembre

Domingo Liz | Microcosmo | 1975 | Óleo sobre lienzo | 48 x 61

Homenaje a Domingo Liz
De Domingo Liz, el Banco Central tiene un cuadro, Microcosmo, óleo sobre lienzo de 1975, y es una obra prácticamente excepcional, abierta a más de una lectura. ¿Abstracta? ¿Paisajista? ¿Introspectiva? Se presta para las tres interpretaciones –y más-, aparte de la fruición puramente perceptiva. A la vez orgánica y construida, cromática y lineal, transparente y sólida, se inscribe dentro de un período cimero de las investigaciones plásticas del maestro.

Más que nunca, cabe rendirle homenaje: ganó en diciembre el máximo galardón del arte dominicano, el Premio Nacional de Artes Plásticas, y, hace pocos meses, partió para siempre… La XXVII Bienal Nacional de Artes Visuales le está dedicada, y se le organizó una magna retrospectiva, fehaciente de las diferentes etapas de un artista plural, pintor, dibujante y escultor, que también escribía ejemplarmente, con opiniones tajantes. Hombre de vasta cultura, era un apasionado de la música clásica, de Bach y de Mozart: esa afición formaba parte de su mundo, de su bien preservada intimidad.

Una vida entregada
Domingo Liz nació en Santo Domingo, en 1931. Estrechamente vinculado a la Escuela Nacional de Bellas Artes y a la Universidad Autónoma de Santo Domingo por los estudios y la docencia, donde enseñó por más de 40 años, pertenecía al barrio del Ozama por su casa y sus temas, siempre reinventados, jamás repetidos.

Fue el más precoz de los artistas dominicanos, al destacarse en la Bienal Nacional antes de los 20 años y ser su más joven premiado. Descolló inmediatamente con un temperamento y un estilo muy personales, que él ha mantenido durante casi seis décadas, soltando líneas, esquemas y ejecución.

Aparecía periódicamente en exposiciones colectivas, pero le interesaba muy poco presentar exposiciones personales – aun en el exterior-, cinco en total, aumentando así silentemente su caudal de "memorias" secretas y profundas.

Escribía y enjuiciaba con agudeza y sinceridad, mostrando y demostrando que hay muchas contradicciones en nuestro medio e internacionalmente. Desconocía la indulgencia, y porque se quería justo, la jerarquía no le impresionaba, los críticos tampoco, menos aun los jurados de concursos. ¿No rechazó él un premio de escultura en 1974?

Un mundo especial
Su mundo de protagonistas y ambientes, inspirado por vivencias locales y ribereñas, tiene sin embargo dimensiones de cosmogonía, a la vez estética, sicológica y social. Los personajes, infantiles o adultos, femeninos o masculinos, se convierten en meditación visual. En incontables e indisociables pinturas y dibujos, que pronto fueron territorio exclusivo, el juego, el humor, la sonrisa afloran, pero, si sabemos observar, la impronta lúdica y el goce de la contemplación ceden ante una meditación sicológica y sociológica, nacionalista, dominicana y universal.

Como García Márquez y Macondo en la literatura, los modelos barriales y el Ozama de Domingo Liz se proyectan hacia la humanidad. Aéreos y rechonchos, volumétricos y transparentes, estriados y pintados, geométricos y carnosos, aquellos moradores son nuestro mundo… y nadie ha sabido expresar a los niños con tanta sensibilidad.

Si la escultura se hubiera beneficiado de mejores condiciones en Santo Domingo, Domingo Liz hubiera sido un escultor estelar, en madera, en metal, y probablemente hasta en materiales no tradicionales. Ahora bien, en la tercera dimensión, él ha dejado varias obras magistrales, hasta en arte público, y una de sus esculturas, magnífica talla de la serie “Origen”, inicia a modo de símbolo, el guión museográfico de la sala permanente de artes visuales del Centro León, en Santiago.

Hoy en la XXVII Bienal
Las pinturas invitadas de Domingo Liz, se destacan contundentes, luminosas, desbordantes de imaginación y “savoir faire”, impresionantes por su unidad en la diversidad, dentro de la Bienal. He aquí una introducción fastuosa a la impresionante retrospectiva homenaje, actualmente expuesta en Bellas Artes, en ese palacio que el gran artista consideraba como una segunda casa… Nos permite valorar a uno de los máximos creadores de la plástica dominicana.

Agosto

José Almonte| Los que salieron en búsqueda | 2006 | acrílica sobre lienzo | 78 x 78

Por Vladimir Velázquez

Una de las características más notables de la pintura dominicana es su filiación estilística al expresionismo, en donde nombres de la talla de Jaime Colson, Gilberto Hernández Ortega, Paul Giudicelli, José Ramírez Conde, Silvano Lora, Ramón Oviedo, entre otros, han marcado la senda a las generaciones que les han sucedido en la consecución de un lenguaje plástico potente con qué manifestar, en forma dramática, las más recónditas pulsiones del alma.

Hay que recordar que este movimiento artístico, oriundo de Alemania, tuvo por objeto, al igual que su contemporáneo, el fauvismo, ser una especie de ariete rompedor de lo que habían llegado a ser las corrientes impresionistas y pos-impresionistas, las cuales, revolucionarias en su momento, habían desplazado al arte realista académico de entonces y que, a su vez, con el paso de los años, acompañado con la aclamación crítica y el éxito comercial, se había convertido en una especie de arte aburguesado a la moda, ya plenamente aceptado, que no confrontaba los grandes problemas que se vivían en los albores del siglo XX, con una sociedad en total efervescencia debido a los cambios drásticos que se sucedían y que, como consecuencia, trajo consigo innumerables movimientos de vanguardia en las artes y las letras ( y por supuesto en la ciencia y la política) siendo este, el expresionismo, un potenciador de las emociones internas, algunas de naturaleza muy áspera y dramática, de los propios creadores.

Basta contemplar la gran pintura "El grito", del artista noruego Edvard Munch, cuya metafísica y angustiante visión de sinuosas líneas y colores chillones de apariencia descuidada, crea en el espectador una sensación de desasosiego, impotencia y estupor ante el sinsentido que de la existencia sentía su autor, visiones que reaparecen en otros creadores y se hacen aún más patentes antes, durante y después de los dos grandes conflictos bélicos que asolaron a toda Europa y parte del mundo en la primera mitad del siglo pasado.

Este movimiento se extendió rápidamente por todas las latitudes del orbe y tuvo infinidad de seguidores y, como decíamos al principio, en nuestro país son incontables los artistas que siguen explorando esta tendencia que, como la obra que presentamos en este segmento de la pieza del mes: "Los que salieron en búsqueda" de José Almonte, explora los complejos entresijos del alma y la identidad del hombre, el dominicano, quien inmerso en un caótico y volcánico ambiente que destila toda la gama de los rojos, es metamorfoseado como figuras acéfalas (con la excepción de las dos en primer plano realizadas en espacio negativo) que circundadas por aviones de papel, van recreando un siniestro mandala del caos y de la corrupción, recordándonos que, ni aún huyendo hacia litorales en los cuales albergar alguna esperanza, podemos escapar del trágico destino insular que nos engulle cual vorágine de fuego o tal vez de sangre.

Julio

La Restauración de las Pinturas | Tony Capellán | Vía Crucis para un despojo | 1992 | gráfico sobre papel

Restaurar una pintura es restablecerle su estado original, prolongar su duración y conservar tanto su materia física como su identidad. Para lograr esos fines, se necesitan operaciones técnicas y conocimientos que permitirán que la obra reparada recupere lo mejor posible la calidad que el pintor había obtenido cuando hizo el cuadro, décadas, siglos o milenios antes.

Ahora bien, no se trata solamente de devolver a la obra en proceso de degradación, su nitidez y asegurar su supervivencia, sino que el proceso al cual la someten para esos fines no desvirtúe el estilo, el período creativo y la personalidad del autor, elementos que la obra ha transmitido desde que salió de su taller.

Hay, pues, dos “escuelas” de restauración: la primera es muy cautelosa y delicada, aliviando los daños y retocando necesariamente, pero dejando entrever el paso del tiempo y su incidencia en la superficie de la tela; la segunda es volver a dar a la obra su brillo inicial, aun en desmedro de la autenticidad de la modalidad de ejecución y los pigmentos empleados.

Es evidente que la primera es la más difícil, exigiendo un conocimiento cabal de los materiales originales, luego conseguirlos y emplearlos para la intervención restauradora –u otros productos equivalentes–. El restaurador respeta la pátina y la identidad estética, incluyendo el encanto de una ancianidad relativa…

La segunda tendencia, que es la más usada por los no especialistas, se entusiasma por renovar el cuadro, aun con materiales distintos e inmediatamente disponibles, y exaltar así los efectos de la habilidad del restaurador, la cual llega a dar la ilusión de una obra todavía más atractiva que la original. El rigor debe imperar, la fantasía abstenerse…

Desgraciadamente, la obra excesivamente restaurada puede llegar a borrar la autoría del pintor y su estética inconfundible: ello se hace particularmente sensible en el retrato. Peor aun es que los materiales utilizados lleguen a producir efectos químicos agregados que contribuyan a degradar la capa pictórica subyacente que hagan retroceder el proceso, y requerir una nueva intervención más compleja y profunda.

Hemos de precisar que nos hemos referido a una restauración sencilla con faltantes de pigmento, pérdida de transparencia, envejecimiento del barniz y/o del colorido, no a una perforación del lienzo, que entonces requiere reentelar parte de la obra y significa una reparación muy complicada.

En fin, la restauración exige un diálogo entre la ciencia, la técnica, la estética y la historia del arte, así como un informe del restaurador cuando empieza y finaliza el proceso, reportes que incluyen imágenes.

A este respecto, diremos algunas palabras esperadas por el lector. En el arte moderno y contemporáneo –que hasta plantea el uso de componentes singulares–, no hay la misma calidad, tanto en la ejecución como en los materiales utilizados, tampoco, salvo excepciones, han perdurado las exigencias de la academia, concernientes a los conocimientos y la práctica del futuro artista.

Hay pinturas que pueden deteriorarse rápidamente, al cabo de algunos lustros o años aun… La Pinacoteca del Banco Central ha tenido tales experiencias, pero, felizmente, esas desventuras del oficio no son frecuentes, y el cuidado permanente que reciben las obras en la institución, les evita malas condiciones de manejo, traslado o variaciones climáticas, atentando al buen estado de las pinturas y requiriendo entonces una restauración inminente.

Por Marianne de Tolentino

Junio

Melchor Terrero | Los compadres | 2005 | Acrílica sobre tela | 30 x 40

El arte costumbrista no es, como quizás algunos erradamente piensan, un género menor dentro de la expresión plástica, sino todo lo contrario, pues mucho de lo importante que se ha producido en la pintura universal está enmarcado en esta temática aparentemente secundaria, popular, directa y de efecto sencillo en el espectador, pero, ojo…, realizadas algunas de estas piezas con una gracia y belleza que otras con temáticas más pretenciosas no sueñan ni rozar, puesto que tocan el alma y el corazón del pueblo.

Cabe recordar algunas piezas del antiguo Egipto, pero no sus representaciones de grandes deidades y faraones con sus opulentas cortes, sino las composiciones con seres normales en actitudes cotidianas como la pesca o la agricultura o algunas festividades campesinas como las que solía haber, lo que podía ser extrapolado al lejano imperio chino en algunas dinastías en donde también se podía apreciar en sus obras estampas campesinas, actividades populares de las ciudades, etc.

Pero yéndonos a occidente, hay grandes representantes de este género tan popular, como lo son muchos de los cuadros que pintó el gran artista flamenco Pieter Bruegel el viejo (también el joven), las escenas domésticas de Jan Vermeer, los niños de la calle de Murillo, las estampas y cuadros satíricos de Hogart, los tapices de Goya, y más cerca de nosotros, en esta época, muchas de las pinturas y personajes del gran pintor colombiano Fernando Botero, quien retrata con gracia y picardía el alma de su pueblo, claro está, de manera rotunda con sus figuras gordas.

Otro tanto pasa aquí con un artista nacional, que también ha adoptado como el colombiano las figuras rotundas para retratar las costumbres del pueblo dominicano, como lo es el pintor Melchor Terrero, quien haciendo galas de una muy buena factura, atractivo color y un particular gracejo visual, nos muestra en este cuadro que presentamos como pieza del mes: “Los compadres”, las parrandas nocturnas que en una época se hacían para brindar serenatas a las enamoradas, o simplemente irse a beber y gozar hasta ver salir el alba.

Mayo

A Marianela Jiménez, “in memoriam”

Marianela Jiménez, que nació en Santo Domingo, en 1925, ha dejado a la pintura dominicana huérfana de una de las más brillantes graduadas de la primera promoción de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Cuando esta se creó en 1942, esa joven talentosa ya había hecho sus primeros estudios en la Academia de Pintura del pintor alemán George Hausdorf. Ella se quedó siempre ligada a la academia oficial, ejerciendo el profesorado de paisajismo y siendo su Directora durante una década desde el 1990. Mantuvo una actividad intensa en comisiones nacionales de arte y cultura, pues no concebía límites a su compromiso artístico y demostró constantemente interés por las reformas y el avance de la enseñanza artística.

Premiada repetidamente en las bienales nacionales de artes plásticas y en el Concurso Eduardo León Jimenes, donde ha expuesto abundantemente, desde incontables muestras colectivas hasta 25 exposiciones individuales, respondiendo con entusiasmo a las propuestas y oportunidades de mostrar su definida personalidad pictórica, pero exigiendo seriedad profesional. Y, solidaria con sus colegas, no dejaba de visitar sus exposiciones.

Abril

Silvio Ávila | Hilvanando una esperanza | sin fecha | Óleo sobre lienzo | 24 x 30

Por Vladimir Velázquez.

La luna ha sido la compañera inseparable del hombre desde tiempos ignotos, sobre todo desde el instante en que su comprensión le hizo dejar de inquietarse de sus constantes cambios (luna nueva, llena, etc.), colmando su mente de profunda curiosidad debido a otras transformaciones las cuales se operaban también en su entorno más inmediato, como son los ciclos de las mareas, la conveniencia de las siembras y cosechas en algunos momentos de sus fases, los eclipses o el período femenino de la fertilidad humana.

Pero también la luna ha acompañado al hombre en sus gestas heroicas, en la manera en cómo era testigo del amor romántico y hasta en los conjuros de ciertos arcanos hechiceros, suscitando la contemplación de su tenue y cálida luz desde todos los puntos de la Tierra el motivo de innumerables poemas y obras artísticas.

En la pintura ha habido momentos en que la luna ha sido una protagonista central indiscutible, sobre todo en el efervescente período romántico o en el no menos interesante movimiento simbolista, en donde todo está regido por un recóndito misterio sideral.

La obra que hemos elegido como pieza del mes: “Hilvanando una esperanza”, de la autoría del pintor Silvio Ávila, tiene como protagonista, además de la luna, a un leit motiv (motivo conductor) muy frecuente en este artista, el cual es la figurita de la niña con un tirapiedras, creando dicha concatenación de imágenes (la muchachita tirándole una piedra a la luna) un interesante contraste que evoca la ingenuidad y pureza de la gente del pueblo con sus sueños e ilusiones más perentorios, esto es, alcanzar rápida y fácilmente sus objetivos como quien apunta tensando un elástico para lanzar un proyectil a un blanco, todo ello, empero, realizado con una bien lograda factura técnica y buen gusto, además de una atractiva composición que ha hecho merecedor a este pintor del favor del público y los coleccionistas nacionales.

Marzo

La mujer artista dominicana hoy

Conferencia dictada por la Lic. Marianne de Tolentino en la Sala de Lectura de la Biblioteca “Juan Pablo Duarte”, el martes 5 de marzo de 2013, a las 11:00 a.m., para conmemorar el Día Internacional de la Mujer.

Nuestra presentación se estructura en tres partes:
- Breves reflexiones acerca de la mujer artista dominicana y su gran importancia en el arte nacional, según generaciones, temas, estilos; - Comentario de obras realizadas por mujeres artistas, necesariamente sucinta, a través de fotografías y reproducciones, mostrando una obra, excepcionalmente dos o tres en el caso de “maestras” que han dejado un legado al arte dominicano, pero presentando más a artistas en su joven madurez y jóvenes. - Intercambio de opiniones con los y las asistentes; ojalá…

La condición de la mujer artista ha evolucionado positivamente en el mundo, aunque todavía no ha alcanzado la igualdad en número, ni en oportunidades profesionales, ni en su representación en los museos –donde figura como una pequeña minoría–. Ahora bien, durante siglos –y casi hasta el siglo XX–, se le limitaba a una afición –¡pintar flores sobre todo!– como parte de la educación casera y casadera, y las rebeldes con aspiración a la profesionalidad, se consideraban candidatas a una vida licenciosa, hasta “locas” e ‘histéricas”. Las barreras académicas y comerciales han desaparecido, los prejuicios prácticamente no existen, pero la lucha continúa… y las crisis del mercado recaen primero en la artista, obligada a ejercer otro oficio paralelo.

Febrero

Príamo Morel | Juan Pablo Duarte | 1998 | Óleo sobre lienzo| 33 3/4 x 39 3/4

Por Marianne de Tolentino

El Banco Central de la República es una exposición permanente de pinturas y de esculturas -aunque las segundas son muy pocas - convirtiéndose las oficinas y las áreas comunes en portadoras de decenas de talentos artísticos dominicanos, y es importante señalarlo, se agregan a cientos de obras de caballete, varias pinturas murales.

Esa formidable iniciativa del primer organismo financiero del país, que data de más de cuatro décadas, ha ido reuniendo una riqueza patrimonial en el campo de las artes visuales.

Mucha gente externa a la institución quisiera ver las obras… pero ningún banco central del mundo, si bien llena iguales exigencias para sus bienes artísticos que un museo, por razones de seguridad no puede abrir sus colecciones al público, salvo exposiciones especiales.

Esa misma razón hace que este portal tenga un valor inmenso, revelando permanentemente a todos los interesados, los tesoros de la Pinacoteca para su conocimiento y disfrute. Así, el recurso digital cumplirá una función museal… sin límites de tiempo para aprovechamiento y consulta.

En este año 2013 se celebra el Bicentenario de Juan Pablo Duarte, forjador de la Independencia y la nacionalidad dominicana. Con convicción y entusiasmo, nos parece necesario expresar que la Pinacoteca se relaciona, en el aspecto cultural, con el ideario nacionalista de nuestro máximo patricio.

Es que la colección pone en alto la creación plástica nacional: todas las adquisiciones corresponden a obras de autores nativos o asimilados por su identificación y sus aportes, constituyendo una expresión exclusiva de capacidad, oficio e imaginación propia.

La historia y las costumbres, la población y el sello cultural, tanto como la ciudad y el campo, la vegetación y el medio ambiente. Fueron sus fuentes de inspiración, en la realidad y en el sueño –¡los artistas también dan forma a sus sueños!-. Las cualidades que los “artistas del Banco Central” comparten -espontáneamente-, son pues las de plasmar temas y figuras que les identifican como dominicanos, caribeños y latinoamericanos, mediante obras escogidas, estilos diversos, paletas respectivas.

Ellos han enfocado los temas, según tratamientos representativos de sus técnicas y temperamentos, sin olvidar para muchos de ellos la enseñanza recibida en la Escuela Nacional de Bellas Artes y en otras academias de la capital y el interior. El avance de las artes visuales dominicanas, al filo de las generaciones y épocas, se encuentra reflejado a través de las más variadas formulaciones, realizadas por maestros, consagrados y promesas sobresalientes, pero también por talentos de notoriedad e individualidad discretas que no dejan de ameritar distinción…

En la Pinacoteca, tenemos un solo retrato de Juan Pablo Duarte, que, como todas las efigies de ese prohombre, es real-imaginario. Esta obra de un dibujante y caricaturista muy especial, Priamo Morel, posee más cualidades de las que se le suelen atribuir. Es una síntesis de la veneración al héroe: rostro agradable e inteligente, bandera nacional, altar de la patria.

Luego, sin pretensión de ser obra maestra, esta pintura tiene vitalidad, y cualquier dominicano accede inmediatamente a su lectura identitaria, ¡un gran mérito! Ahora bien, la colección del Banco Central es sinónimo de patrimonio y de pueblo, Juan Pablo Duarte ciertamente hubiera apreciado sus mensajes… recordamos su participación en las representaciones teatrales de la Sociedad

La Dramática. Y que nos permita su ilustre memoria parafrasear uno de sus apotegmas y decir: “¡El arte dominicano es la reunión de todos los artistas dominicanos!” .

Noviembre

Alberto Bass | Paisaje de Barahona | 2001 | Óleo sobre lienzo| 35 x 45

Por Vladimir Velázquez

El fotorrealismo es un movimiento surgido entre finales de los años sesenta y comienzos de los setenta en los Estados Unidos, el cual buscaba ser un contrapeso frente a la corriente abstracta y el minimalismo, partiendo del lenguaje plástico en boga del Pop Art, cuyo fin expresivo era igualar factura técnica de una fotografía de temas cotidianos del hombre común, pero con las herramientas tradicionales de la pintura a caballete.

Dos de sus más importantes exponentes son los artistas norteamericanos Richard Estes y Chuck Close, quienes haciendo alarde de un virtuosismo técnico incomparable en el uso de los efectos pictóricos para simular los efectos ópticos de la fotografía, trazaron una senda estilística en la que hoy se expresa un sinnúmero de artistas a nivel internacional.

Alberto Bass, el autor de la pieza que presentamos este mes, es el principal e iniciador de esta tendencia en nuestro país, quien con una educación completísima a nivel plástico, además de un trabajo serio y tesonero, ha creado una obra muy importante en el realismo social dominicano, considerándolo personalidades tan importantes en el estudio de las artes plásticas caribeñas entre las que se encuentra la investigadora cubana Yolanda Wood, como el pionero del fotorrealismo social en América Latina.

Pero además de esta temática específica, también Alberto Bass es un magnífico cultor del paisaje vernáculo, tal como muestra esta magnífica obra: “Paisaje de Barahona”, en la que al bien encajado dibujo de estos motivos vegetales (en especial, la mata de plátano que está en el justo centro compositivo como elemento principal), se aúna un magistral dominio en el uso de la luz diurna y algunos efectos del claroscuro que realzan todos los matices cromáticos de la composición, recreando con ello un convincente efecto espacial como de tercera dimensión (ahora tan de moda en el cine), y que sólo una mano experta y talentosa como la de este gran pintor dominicano es capaz de recrear para el disfrute de los amantes del buen arte.

Septiembre

Iván Tovar | Sin título | Sin fecha | Óleo sobre lienzo| 40 x 30

Por Vladimir Velázquez

Iván Tovar es en las artes plásticas dominicanas uno de los nombres más emblemáticos y reconocidos, y ello se debe no sólo por su incursión, siempre exitosa, en las subastas más significativas de la actualidad, siendo considerado el artista nuestro más cotizado en dichos circuitos, sino, a que, además, su carrera es la mejor documentada en las más diversas y serias publicaciones de arte a nivel mundial.

Nacido en San Francisco de Macorís en 1942, se graduó joven en la Escuela Nacional de Bellas Artes y casi de inmediato expuso y se fue a residir París, en donde fue “descubierto” por los miembros del grupo surrealista, aún vigentes pero sin la fuerza arrolladora de antaño, en donde André Bretón fue su mentor y guía, siendo acogido como un importante talento que empezó a descollar con innumerables exposiciones colectivas e individuales.

La técnica de este gran creador dominicano se puede considerar como magistral, con una factura en la que prácticamente no se dejan ver las huellas del pincel, con esfumaturas y tenues transiciones de un color o tonalidad a otro que parecen, al ojo del no conocedor o del simple iniciado, como producto de algo imposible con este sencillo utensilio de madera y cerdas. Es como si se tratara de magia, cuando no de la técnica del “air brush” (pincel de aire), o la hoy muy común impresión digital, siendo lo que es, es decir, un alarde de verdadera maestría en el oficio de pintar.

A ese magisterio de la factura pictórica se une una iconografía muy particular de objetos extraños yuxtapuestos unos con otros (cuernos, conos, cilindros, esferas, diversas superficies, etc.), inmersos en una lóbrega tiniebla que evocan el misterio de los sueños, del subconsciente, aquel universo profundo e inasible que sostiene nuestra propia existencia.

La presente obra: “Sin título”, es la única pieza de este artista representada en nuestra pinacoteca, y es sin duda un claro ejemplo de esa visión inconfundible del gran movimiento que fue el surrealismo, movimiento este que cobijó a no pocos de los grandes creadores universales del siglo XX.

Agosto

Fernando Ureña Rib | Orgánica VI | sin fecha | Óleo sobre lienzo| 40 x 40

Por Vladimir Velázquez

Fernando Ureña Rib es un caso singular en la plástica dominicana. No sólo es un magnífico artista que maneja con igual maestría la expresión bidimensional del dibujo y la pintura, sino que es también un excelente escultor, como ha podido apreciarse en su última muestra individual en Santo Domingo, celebrada en el Palacio de Bellas Artes hace unos pocos años.

Unido a ello, el artista ha incursionado con similar éxito en el ensayo crítico, como articulista de original visión (ver su página de internet) y conferencista de recia formación intelectual, coronando todo ese bagaje de cualidades excepcionales a un indiscutible talento literario para la ficción que no deja de asombrarnos.

En la presente obra que hemos elegido como pieza del mes: "Orgánica VI", de su serie "Orgánica", el artista, más que representar un motivo u objeto concreto, sí basado en la realidad, busca evocar en el espectador un estado del alma o emoción, usando para ello construcciones volumétricas reminiscentes a ciertos estados larvarios de crisálidas o capullos vegetales extrapolados a entes antropomórficos, quizás de seres quiméricos que sólo buscan prodigar belleza y armonía a los espacios del plano pictórico, todo ello en un alarde de sugestivos colores cálidos, con su pequeña contraparte verde como complementario para balancear el conjunto, orquestado con el bellísimo trazo maestro de su autor, quien sabe cómo conjugar la sinuosa y sensual pincelada a un efectivo juego de luces y sombras que nos deleitan y nos mueven a la constante e insaciable contemplación.

Ureña Rib no se pierde en la retórica de tanto movimiento artístico que va en pos de significaciones extra pictóricas, porque lo de él es hurgar en el arte por el arte, en la pintura-pintura, es decir, en el arte que se autoalimenta a sí mismo, tal como lo concibieron artistas de la talla de Paul Sérusier, que veían a la pintura como una interacción de equilibrios, manchas y ritmos, dispuestos en un cierto orden sobre la tela y nada más.

Junio

Elsa Núñez | Amanecer | sin fecha | Óleo sobre lienzo| 30 x 40

Por Vladimir Velázquez

Hoy, el arte florece en total libertad, y uno de los criterios contemporáneos es que, dentro de la efervescencia reinante, todos estilos y épocas pueden coexistir sin jerarquía. Un cuadro neo-clásico, datando de hace más de cincuenta años, provocará tanto interés y admiración que una pintura – ¡las hay todavía!- muy reciente. Y, en el arte dominicano, si se trata de una obra maestra de Jaime Colson, la atracción se hace unánime.

El Autor
Jaime González Colson nació en (San Fernando de) Puerto Plata en 1901. Pronto usó el apellido de su madre, Colson, por ser ella que despertó su afición a la pintura. En 1919, él partió para España donde inició sus estudios de arte en la Escuela de La Lonja en Barcelona, pasando luego a la de San Fernando en Madrid. Cinco años más tarde, se radica en París, metrópolis artística sin igual en aquella fecha. Sigue estudiando en academias, se integra a la bohemia de Montparnasse y forma parte de sus movimientos renovadores, en particular el cubismo analítico y sintético. Después de viajar por Europa, se trasladó a México –donde fue profesor- y a La Habana, trabando amistad con Mario Carreño.

En 1938, retornó a París -allí Pablo Picasso apreció su obra y se lo dijo-, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que Colson se marchase a Barcelona, donde tejió lazos intelectuales, dejó huellas importantes, y ciertamente contribuyó a la modernización de la pintura catalana. Dibujaba, pintaba, hablaba ardorosamente, llevando al mismo tiempo una vida de trabajo y de incontenibles libaciones. En todas partes, él participaba en colectivas y exponía individualmente. En 1949, él volvió brevemente a París –que lo decepcionó- , e, iniciada la década del 50, emprendió el regreso a Santo Domingo, ingresando al cuerpo docente de la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la cual fue director. Se quedó definitivamente en Santo Domingo, salvo dos breves estadías en Haití –país que lo marcó profundamente- y en Venezuela, un viaje en que le robaron sus cuadros, ¡desventura sucedida anteriormente varias veces! Habiendo cosechado varios premios nacionales, él expuso y siguió activo, hasta muy avanzado el cáncer de la garganta que lo mató en 1975. Escribiendo muy bien, él cultivó la poesía y la crítica. Una mezcla de pasiones y de genio, de odio a la mediocridad y de amargura creciente, de éxitos y de frustraciones define el temperamento de Colson, pintor cimero del arte dominicano, "trashumante" según sus propias palabras. No cabe duda de que hubiera merecido gozar de un mayor reconocimiento internacional, empezando por el hemisferio americano…

La Obra
Oleo de pequeñas dimensiones, "Escenario en Long Beach" puede calificarse como estéticamente monumental por su excelencia pictórica y por ser muy representativo de su autor. Long Beach, esa famosa playa –recientemente extendida y reacondicionada- de Puerto Plata, constituyó una lógica fuente de inspiración para el puertoplateño que era Jaime Colson. Ahora bien, el paisaje solamente se señala, en el plano posterior, por el mar y un cielo de luminosidad sobrenatural. El espacio está mayormente ocupado por los dos protagonistas, un hombre y una mujer, de tipología criolla, en actitud frontal. Sin embargo, cuando nos fijamos en los rostros, ambos tienen rasgos masculinos: el paño y el mechón largo no atenúan en la mujer esa característica, acorde con la libido pasional del pintor. El pescado, en la mesita delantera, es menos una referencia a su origen marítimo que, esencialmente, una necesidad de la composición y la animación cromática del conjunto, curiosamente dominado por un colorido violeta. Consideramos interesante que en la obra figuren los tres géneros del arte neo-clásico: el retrato, el paisaje, el bodegón.

Mayo

Ramón Oviedo | Evolución | 1983 | Acrílico y técnica mixta sobre lienzo | 94 x 528

Por Vladimir Velázquez

Los ochenta, fue un período importante en el arte en el cual habían llegado a la madurez algunas tendencias que hoy dominan absolutamente el panorama en detrimento de las demás, como lo son la instalación, el performance, el video, etc., sin embargo, era un momento en que aún la pintura y los demás lenguajes de la tradición seguían teniendo una vigencia extraordinaria, y fue entonces en que muchos de nosotros, muchachos con alguna sensibilidad o artistas aún muy bisoños, nos aventuramos en este campo, encontrando inspiración, en el caso de nuestro país, en un artista muy grande y comprometido absolutamente con el ser humano y sus luchas sociales y existenciales, que con sus obras y su pensamiento visual nos inspiraron por esa senda de la fuerza y de la belleza estética, y que en esa década, así lo estiman no pocos críticos y conocedores, había alcanzado su plena madurez y maestría artística: me refiero al gran pintor dominicano Ramón Oviedo.

De esos años data la presente obra: "Evolución", una de las piezas artísticas más emblemáticas de su autor y una de las grandes joyas de la Pinacoteca del Banco Central, un mural en donde el gran maestro barahonero deja sentir toda la tragedia de nuestra historia patria, desde el momento en que el conquistador español tocó tierra, pasando por las gestas emancipadoras, hasta culminar, cual virgen o madre tierra ofrenda como única esperanza la luminosa presencia de su hijo transformado en ángel esperanzador, ante tanta tribulación a la cual tiene que enfrentarse el hombre en su accidentado deambular por la existencia.

Obra monumental, "Evolución", que destaca no sólo por la maestría absoluta de que goza este artista de excepción con sus grandes dotes de colorista y dibujante, sino por la variedad técnica en la aplicación matéricas de los pigmentos, aunando a ello el gesto impetuoso y maestro del diseño y de la mancha elocuente, conformando con ello una asombrosa urdimbre de figuras que pueden leerse de mil maneras, como sólo lo hacen las verdaderas obras maestras, aparte del mensaje plástico, que cual verdadero testigo de su tiempo, tal como lo hicieron en su momento un Goya, un Picasso o un Bacon, nos habla en profundidad de la condición humana, pero en el caso de esta obra en particular, con una visión esperanzadora que es tan necesaria para un mundo como en el que actualmente vivimos y que tanta necesidad tiene de redención.

Abril

Abelardo Rodríguez Urdaneta | Miseria humana | Sin fecha | Óleo sobre madera | 21 x 29

La época

Fue en la República Dominicana y aun en América Latina el alba de la pintura moderna. En la postrimería del siglo XIX y el inicio del siglo XX, si bien es cierto que en Europa ya florecía el impresionismo y habían comenzado a surgir, en las artes plásticas, movimientos más audaces, el continente americano seguía adscrito al realismo y –lo que significaba un avance- adoptaba una corriente social y soterradamente crítica, estigmatizando los vicios, los abusos, la injusticia. En ese contexto, se perfiló una pintura nacional en lo temático, con retratos, hechos históricos o representación de desgracias personales y colectivas. El cuadro de Abelardo Rodríguez Urdaneta, “Miseria humana”, se inscribe en esos lineamientos.

El autor
Sin haber terminado una formación profesional e institucional, Abelardo Rodríguez Urdaneta, que nació en Santo Domingo en 1870, estudió arte concienzudamente, primero en el curso de Fernando Corredor, luego con Luis Desangles en su taller escuela, y finalmente aprendió fotografía con el español Adrover. Él pertenecía a una generación hondamente preocupada por la cultura y el progreso educativo -pese a la carencia de estructuras y medios-, a la vez curiosa de lo que sucedía en el mundo y convencida de una identidad nacional. Premiado desde muy joven, llegó a dominar el oficio artístico, con una misma calidad en tres categorías: pintura, escultura, fotografía. Adquirió su estudio fotográfico un renombre incuestionable; su pintura y su escultura, reconocidas también, le valieron numerosos encargos. Su obra vibraba de amor por lo dominicano, y, elocuente al respecto, es su respuesta a Eugenio Deschamps, que le propuso una beca para estudiar en París: “Te agradezco infinitamente lo que has hecho por mí, pero Abelardo Rodríguez solamente trabaja para su país.” No está en duda de que él hubiera podido aprovechar esa oferta y llegar a un nivel de actualidad universal, pero su opción merece el mayor respeto. La pintura de Abelardo, realista con acentos de expresionismo, combinó la habilidad con un deje repentino de ingenuidad. El murió en Santo Domingo en 1933: a la enfermedad se sumó la depresión por la destrucción de taller y obras por el Ciclón de San Zenón.

La obra
Aparte de los retratos y los temas históricos, las preocupaciones sicológicas y sociales marcaron su creación pictórica. Es el caso de la pintura sobre madera, “Miseria humana”, que, no obstante su tamaño modesto, transmite un fuerte compromiso. El cuadro no está fechado, pero podríamos pensar que es contemporáneo del célebre “El Extraviado”, que, pintado en el 1907, expresa una ideología similar: un hombre no puede sacrificar la familia a sus vicios. Esta visión de la desesperanza es patética. Aquí, un hombre –padre y esposo- está a punto de desplomarse en la mesa, agarrando un vaso de alcohol, luego de haber vaciado botellas…. La humilde mujer, con la cabeza cubierta, tiene un recién nacido en los brazos, y afligida observa. Dos hijos grandecitos, ambos descalzos, muestran miedo – la hembra parece aguardar golpes- y hambre – el varón enseña un plato sin comida-. ¿Ahora bien, detrás de la tragedia personal, no estará la injusticia social? Nos parece interesante la construcción de este cuadro de factura realista, de paleta austera y bien iluminada. Hay un trazado geométrico con líneas horizontales, verticales y una diagonal que podría escindir la superficie en dos partes. La colocación de los personajes se relaciona con esa estructuración de base, que facilita la lectura moral y educativa de un conjunto pictórico, voluntariamente organizado para que percibamos el mensaje.

Marianne de Tolentino

Marzo

Cándido Bidó | El potro blanco | 1993 | Oleo y acrílica sobre lienzo | 50 x 4 0

Por Vladimir Velázquez.

Las grandes colecciones suelen tener varias obras de un mismo artista que conforman una pequeña colección… dentro de la grande. Así sucede en la Pinacoteca del Banco Central que reúne unas quince obras de Guillo Pérez, las cuales corresponden a diferentes períodos del itinerario plástico del maestro y a cuatro décadas de creación pictórica. Esta pieza, de pequeño formato, es un testimonio del magnífico oficio de su autor, y de su expresión emotiva.

Y este sentimiento ha generado sucesos que han inspirado a innumerables artistas de todas las áreas en las obras que han proyectado y creado, no estando en consonancia, por otra parte, la cualidad atrayente y, por tanto, amistosa de la obra en sí, con el carácter no pocas veces difícil o crudamente repelente de su creador. Aquel pelirrojo pintor de los luminosos, extensos y amables campos de Arlés, de las solitarias y gastadas botas, de las pipas recién usadas y las matéricas flores del sol en sus sencillos jarrones no es cónsono con sus motivos ni temas, pues él (el lunático Vincent Van Gogh) era un ser muy complicado y huraño, de trato que podía llegar a lo despreciable, motivo por el cual le huía casi todo el mundo.

Sin embargo, si bien la fama de algunos creadores, amén de la incuestionable calidad de su obra, se ha cimentado en la extravagancia de su carácter, otros, no menos grandes, han tenido una vida tranquila, plena y serena, haciendo admiradores por doquier, verdaderos amigos de su obra y de sus cualidades como personas, cosa que los hace recordar con cariño y reverencia tal y como se les recuerda a un Fra Angélico, Tintoretto, Monet, Chagall, Miró, o nuestro gran amigo, amigo pintor de todos los dominicanos: "Cándido Bidó".

La obra de este insigne artista oriundo de Bonao y desaparecido hace apenas un año es un ejemplo de oficio, belleza y ternura hacia su lar natal, en donde la contraposición de colores cálidos, casi ígneos, con el eterno azul de los cielos insulares, recrean el sueño idílico de una infancia que se resiste a crecer, apelando en su mensaje gráfico a bellas e ingenuas criaturas, a veces aladas y otras terrestres, como los que están representados en este estupendo cuadro: "El potro blanco", para evocar que todo lo grande y profundo está contenido en fórmulas simples; cuadro luminoso y gentil que evoca al instante a esa personalidad sencilla, amistosa y muy querida que fue en vida don Cándido Bidó.

Febrero

Guillo Pérez | Abstracción | 1970 | óleo sobre lienzo | 13.5 x 18.5

Las grandes colecciones suelen tener varias obras de un mismo artista que conforman una pequeña colección… dentro de la grande. Así sucede en la Pinacoteca del Banco Central que reúne unas quince obras de Guillo Pérez, las cuales corresponden a diferentes períodos del itinerario plástico del maestro y a cuatro décadas de creación pictórica. Esta pieza, de pequeño formato, es un testimonio del magnífico oficio de su autor, y de su expresión emotiva.

El Autor
Guillo Pérez nació en Moca, en 1926. Hubiera podido ser sacerdote o violinista, pues inició su formación con estudios de religión y de música, pero definió su vocación profesional por las artes visuales, graduándose en la Escuela de Bellas Artes de Santiago, donde, en 1952, fue nombrado profesor. En 1955, se estableció en Santo Domingo: fue el verdadero inicio de una carrera brillante de exposiciones colectivas e individuales. Participó con entusiasmo en bienales y concursos nacionales, cosechando galardones. Es conocida la abundancia de premios que él recibió en el Concurso Eduardo León Jiménez, varios en un mismo año y en ediciones sucesivas. Realizó numerosos viajes al exterior, exponiendo en distintas plazas – en Nueva York junto a Luciano Pavarotti- o como invitado especial, en Estados Unidos, México, Israel y Japón. Fue profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes, que calificaba como "la Universidad del Arte", y la dirigió hasta el 1979. Luego, se dedicó solamente a pintar, exponiendo –son 50 sus individúales - y abriendo su galería de arte. En el 2010, el Museo de Arte Moderno le celebró una importante exposición retrospectiva.

La Obra
Este cuadrito, que hubiera podido trasladarse a dimensiones monumentales como muchos lienzos de Guillo Pérez, es una joya de la simbiosis entre abstracción y figuración. Impactan el paralelismo de las formas verticales y el ritmo resultante. Luego, el cromatismo impone su fuerza, admirándose la aplicación enérgica del óleo con cuchilla y brochitas. Prácticamente, se reduce a tres colores –rojo, blanco, negro-, que poseen una connotación de solemnidad y misticismo, incluyendo su luminosidad algo sobrenatural. No nos puede sorprender esta atmósfera sugerente, ya que la obra forma parte de la serie de bocetos –Guillo es un gran dibujante- y pinturas que le inspiró su viaje a Israel. Una exposición en el Palacio de Bellas Artes presentó un testimonio excepcional de las impresiones comunicadas por la Tierra Santa.

Enero

José Luis Bustamante | Danza sobre arena roja | 1988 | Acrílica sobre lienzo | 35 x 39

Por Vladimir Velázquez

Durante la última década del siglo XIX se estuvieron gestando principalmente en Francia, una serie de movimientos y experiencias artísticas que vinieron a cambiar el curso del arte de manera trascendental, principalmente con algunos pintores de los denominados impresionistas, y sobre todo, con algunos de sus seguidores importantes, los post impresionistas como era el caso de Paul Gauguin.

Se cuenta que en Bretaña, en la localidad de Pont-Aven, se había instalado una comunidad de artistas a cuya cabeza estaba el pintor antes mencionado, siguiendo muy de cerca los avances artísticos y teóricos de París que habían alcanzado Toulouse-Lautrec, Paul Signac y van Gogh. Un joven pintor llamado Emile Bernard se unió a esa comunidad y discutió largamente con Gauguin toda la teoría plástica, proclamando un tratamiento más autónomo del color, el cual, según él, debía aplicarse en grandes planos sin jamás explicar detalles.

Poco tiempo después llegaba otro joven artista a Pont-Aven, Paul Sérusier a ser tutelado por el mismo Gauguin, quien le enseñó a pintar paisajes del natural, aconsejando este último: "Como ve usted, este árbol es muy verde ¿no es cierto? Ponga más verde, pero el más bonito de su paleta. Y esta sombra, ¿no es más bien azul? No dude en pintarla lo más azul que pueda" Sérusier pintó el paisaje sobre una tapa de una caja de cigarros y se fue a París y se lo presentó a sus compañeros, quienes perplejos, establecieron definitivamente que la pintura no era más que una superficie plana recubierta de colores dispuestos en un cierto orden, esto es, que una obra de arte era una transposición, una caricatura, la equivalencia pasional de una sensación recibida. El pequeño cuadro de Sérusier llevaba por título elocuente de "El Talismán".

Esta anécdota es muy importante, pues con esta experiencia fue que se cambió el curso de la historia del arte y la pintura llegó tornarse una expresión independiente de la representación exacta de la naturaleza como había sido hasta entonces, buscándose más en el inconsciente, en la parte emocional y espiritual en donde no medien las analogías con los objetos conocidos, tal y como lo hace a nivel subconsciente la música.

La lista de artistas que han hurgado en ese material de inefables significados y cuya importancia es fundamentalmente en lo que contiene la superficie de la tela en sí misma es inmensa, y desde Kansdinsky y Malevich, pasando por Paul Klee, Miró, Mondrian, Rothko, Pollock y muchos otros, hasta llegar a esta excelente pieza del gran artista mexicano y residente durante varios años en nuestro país, José Luis Bustamante, quien con esta pieza: "Materia Fragmentada", obra entroncada en la corriente del expresionismo abstracto, nos transmite esa aleatoriedad de la materia en esos universos infinitamente pequeños e inasibles para la mentalidad ordinaria, pero rescatables a través de la poética plástica, en donde todo es ruptura, gesto, violencia, equilibrios de masas y colores, expresión esta de ejecución nada fácil que, pese a parecer algo hasta infantil, es fruto de intensas horas de agotador trabajo y reflexión.

Marianne de Tolentino

Diciembre

Ada Balcácer | tres girasoles y el paisaje de neufar | 1988 | Acrílica sobre lienzo | 30 x 40

Ada Balcácer, hoy maestra absoluta de la pintura dominicana, investigadora incansable y fecunda, lleva sesenta años ejerciendo en la creación plástica, y cerca de cincuenta en una posición cimera indiscutible. La gran artista acaba de obtener el Premio Nacional de Artes Plásticas, y presenta actualmente, en el Centro León, la magnífica exposición retrospectiva, "Alas y raíces: Ada Balcácer", que revela la importancia y el sitial de sus obras en las colecciones dominicanas. Una de las pinturas cimeras de ese conjunto excepcional, es "Espacio transparente", que pertenece a la Pinacoteca del Banco Central.

La Autora Ada Balcácer, nacida en Santo Domingo en 1930, ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes en su época de apogeo, y se graduó en 1951. Continuó estudiando mural, grabado y textiles en Puerto Rico y Nueva York, haciendo ya diseños de tejidos. A su regreso en1962, ella se enroló en movimientos culturales, de militancia a la vez artística y política. Su liderazgo se extendió a la lucha por la condición de la mujer y a proyectos de desarrollo artesanal, alcanzando una alta jerarquía en las responsabilidades asumidas. Dirigió la Cátedra de Dibujo en la Facultad de Arquitectura de la UASD, Muy exigente consigo misma, ha presentado relativamente pocas exposiciones individuales en relación con su extenso e intenso itinerario plástico. En cualquier colectiva –tambien escogida -, su obra se destacaba especialmente, que sean exposiciones nacionales o internacionales. Su exposición personal en el Museo de Bellas Artes de Zaragoza en 1991 cosechó grandes elogios. En 2001 ella decidió residir en Miami, un nuevo reto donde ha encontrado el éxito y sigue atenta a la plástica dominicana y las vocaciones jóvenes.

La Obra
El compromiso de Ada Balcácer ha sido plural y permanente, en los aspectos de ideología y estilo, contenido y forma. Al través de los períodos y secuencias, luz, color, trazo, espacio, materiales se han sumado en composiciones poderosas y palpitantes, cual fuese su tamaño, manejándose un expresionismo contundente con igual dominio que el lirismo de una belleza sublimadora. En esa última categoría, ella ha plasmado la flora y el paisaje tropicales, transfiriéndolos, según las obras, más a la figuración o a la abstracción. Aquí, dentro de una vision frontal, representa girasoles, con un casi realismo, y las flores del sol alcanzan un protagonismo tan impactante… que lucen personajes observadores. Ahora bien, no falta el paisaje, sugerido y umbroso, tal vez un muy lejano recuerdo de las ninfeas de Claude Monet. Notamos que ese paisaje lleva un marco pintado, que se trata pues de un cuadro dentro del cuadro, ¡y que las flores gigantes se han colocado por delante! Ada Balcácer no pierde el sentido del humor y la poesía.

Marianne de Tolentino

Noviembre

José Félix Moya I Mecanización| 1975 | Óleo sobre plywood

Por Vladimir Velázquez

A comienzos del siglo XX hubo cuatro hechos básicos que cambiaron el modo de pensar y de vivir de todas las personas. Mientras un joven alemán desde una oficina de patentes suiza demostraba con su teoría de la relatividad que el espacio era curvo, dos académicos británicos en sus “Principias Mathematica” señalaban que dos más dos no necesariamente son cuatro, desarrollándose en el interín un instrumento innovador que, de una simple curiosidad de feria pasó a ser el principal modo de entretenimiento de masas y en un arte con todas las de la ley (el cine), una verdadera máquina de soñar despiertos, según sus acólitos, pero en donde el sueño de verdad, esa experiencia que todos tenemos y no sabemos cómo explicar con todas sus simbologías y fantasías inescrutables, también empezaba en ese momento a ser desmenuzado en sus más mínimos e intrincados detalles a través de unos pacientes, quienes sentados en un diván, le contaban todo a un eminente médico vienés que creó un sistema, el psicoanálisis, que volteó todo, creencias y paradigmas sólidamente enraizados, y fue en ese momento, debido a esas cuatro cosas dispares, que eclosionó el pensamiento, la ciencia y el arte tal vez como nunca antes se hizo en la historia del homo sapiens.

Traigo esto a colación, amable lector, porque esos elementos fueron el caldo de cultivo para que se gestaran tantos movimientos de todo tipo en el siglo XX, sobre todo en el campo artístico, en donde la variedad, el compromiso, la riqueza de pareceres, los choques de contrarios, etc., fue la regla general a seguir, surgiendo un movimiento que, más que movimiento, fue una forma de vida que usó ampliamente las investigaciones psicoanalíticas, en donde la irracionalidad de las imágenes oníricas, el automatismo creativo (escritura y pintura), además de la crítica más acerba hacia los valores burgueses, fue su sello más característico. Me refiero al surrealismo y su inconmensurable aporte al arte y la cultura.

Todos recordamos algunos de sus nombres más conocidos que, como Dalí, Tanguy, Ernst, Ray, Eluard, Carrington, Buñuel, etc., son parte de la mitología del arte moderno, pero que también tuvieron seguidores relevantes en todo el mundo, incluso en nuestro país, como lo es el caso del gran pintor Iván Tovar, quien residente en París a finales de los años cincuenta y comienzo de los sesenta, fue destacado por su propio Sumo Pontífice y fundador, André Bretón.

José Félix Brito, el autor de la presente obra: “Mecanización”, es otro de los destacados artistas dominicanos que se han demarcado por esta corriente artística, explorando en sus composiciones pictóricas los amplios y confusos espacios de los sueños, en donde elementos inverosímiles se contraponen unos con otros, creando con su concatenación un efecto de extrañeza, aunque debido a la pulcritud de su técnica y a que los elementos que recrea en sí no son amenazantes ni de un corte tan metafísicos como los de otros pintores surrealistas (Magritte, Delvaux o el mismo Dalí), no deja de ser una visión algo inquietante aunque no carente de gracia y belleza plástica.

Octubre

Alberto Ulloa | Rostro de Mujer| 1984 | Oleo sobre lienzo | 24.5 x 30

La cultura dominicana acaba de perder, en días sucesivos, a tres grandes valores nacionales: Nereyda Rodríguez –folklorista y profesora-, Pablo Morel –arquitecto y fotógrafo-Alberto Ulloa –pintor y escultor-.

La Pinacoteca del Banco Central tiene una buena representación de Alberto Ulloa, con seis cuadros pintados entre 1984 y 1997. El artista, quien pertenece a la Generación del 70, es una figura magistral de la plástica dominicana, a pesar de que su entusiasmo y la demanda de los coleccionistas le hicieron, a veces, repetirse. Él cultivó vertientes del expresionismo, de la abstracción y del retrato imaginario.

El Autor
Alberto Ulloa, que nació en Santo Domingo en el 1950, fue un alumno brillante de la Escuela Nacional de Bellas Artes, junto a Alonso Cuevas y Manuel Montilla. Obtuvo en 1974 una beca de la Secretaría de Educación, que le permitió ir a España y realizar estudios de post-grado en Madrid: profesorado de artes plásticas en la Escuela de San Fernando, cursos en la Universidad Complutense. Regresó a Santo Domingo, el tiempo de exponer en la entonces Galería de Arte Moderno y de ganar un Primer Premio de Pintura en la Bienal Nacional del 1979, y volvió a España. Retornó definitivamente al país en 1982. En 1991, fue seleccionado por la Comisión del Quinto Centenario para exponer junto a 12 pintores latinoamericanos.

Excepto en los últimos años, no ha dejado de participar en exposiciones colectivas y de presentar exhibiciones individuales, alcanzando notables éxitos en Miami. Había montado su Galería-Taller, con una muestra permanente. La escultura de Alberto Ulloa –aunque menos promocionada- se considera a la altura de su pintura.

La Obra
Observamos la frecuencia de los retratos en la producción pictórica de Alberto Ulloa, desde el período de juventud y en la madurez extremadamente fértil, que no temía la colaboración de asistentes. Era aparentemente un creador inagotable, e incontables son las colecciones institucionales y personales que poseen pinturas del maestro Ulloa. Con excepción de los abstractos y las composiciones neo-cubistas, la obra entera se fundamentó prácticamente en el retrato imaginario, medio cuerpo y sobre todo rostros frontales.

No cabe aquí la concepción que solemos tener del retrato: obra de encargo, parecido con la realidad y un modelo. Tampoco le interesaba el autorretrato. La “galería” de retratos de Alberto Ulloa podía variar de los cánones armoniosos, depurando y sintetizando una descripción realista –como es el caso de este “Rostro de mujer”- hasta caras de pesadilla. En este oleo encantador, el artista pinta un rostro joven, mestizo, enigmático, que no deja de recordar, mirando sin mirar, al misterio interior de la Gioconda. Esta imagen exhala paz, ternura, poesía con la caída de flores que adornan la larga cabellera, coquetamente acompañada por un paño blanquecino, fuente de luz y de contraste cromático.

Marianne de Tolentino

Septiembre

Silvano Lora | Sin título | 1960 | Sin técnica | 58 X 40

Por Vladimir Velázquez

Hablar del artista plástico Silvano Lora es hablar de una leyenda del arte nacional, tanto por su quehacer como creador visual, legando a la posteridad innumerables piezas que, entre pinturas, dibujos, grabados, murales, ready mades, esculturas, acciones performáticas, etc., así como su valiosísimo aporte a la gestión cultural, la labor docente y su desinteresada posición como militante político en las mejores causas del pueblo dominicano, lo hacen merecedor de un sitial de excepción entre las personalidades más importantes de nuestro país del pasado siglo XX.

Silvano fue un artista polifacético, un verdadero hombre del renacimiento en el que la causa del hombre, sus miserias, sus anhelos y conquistas en el orden material y espiritual era su razón de ser, y es por ello que siempre reivindicó desde su revolucionario arte, en el cual descolló en todos los renglones con igual maestría y originalidad, esa lucha por la superación de las ataduras que asolan a la humanidad llevándola a ésta, de no cambiar su actual camino de inconductas y odios ancestrales, al inequívoco destino de la autodestrucción.

Su arte caminó por los más variados senderos, desde el estrictamente académico de sus primeros años de aprendizaje, pasando por los experimentos matéricos de orden abstracto-expresionista (como la obra que tenemos a la vista), el expresionismo figurativo, o realizando las interesantes composiciones en donde a las pinturas les suma materia concreta, ya sea de hojalata, alambres de púas y otros elementos de desecho de potente simbología crítica a nuestra sociedad de consumo, pero que en las manos del artista no se quedaba como mero elemento de protesta, panfletario, defecto del que adolecía el arte muralista mexicano o el realismo socialista, sino que sucedía todo lo contrario, fluía en un caudal expresivo que, entre texturas, materiales y manchas, acrisolaban el oficio hacia la verdadera belleza artística.

En esta obra temprana y sin título del maestro que tenemos a la vista (de fecha 1960), cuyo tema principal es la amplia textura terrosa, pardusca tirando a negra, y el expresivo color rojo de la figura elíptica que está en la parte superior, y de la cual se desprende como una serie de emanaciones (tal vez chispas) que siguen cuesta abajo en el plano pictórico, podemos inferir mil y una ideas posibles, lecturas que cada espectador con su sensibilidad puede plantearse, como podría ser un volcán en erupción, o la explosión de un artefacto, o en nuestro caso personal, en el que vemos la inútil labor de Sísifo, aquel personaje mitológico condenado a llevar una roca a cuesta a una alta cumbre para luego dejarla caer y comenzar de nuevo eternamente.

Y creemos que esta lectura es la que más le va al tema del cuadro, ya que en él se lee la angustia, el sinsentido y el drama del mundo contemporáneo que Silvano Lora supo con agudeza plasmar a lo largo de su dilatada, exitosa y comprometida carrera, siendo esta pieza rara de su producción una verdadera joya que engalana la Pinacoteca del Banco Central.

Agosto

Tomás López Ramos | Paisaje| 1993 | Oleo sobre lienzo | 32 x 34

El paisaje es en la pintura un género muy popular y generalmente fácil de apreciar. Forma parte de la enseñanza académica del arte y sus componentes esenciales: forma, color, perspectiva. Si en Europa ha conocido un particular auge en los siglos XVIII y XIX particularmente, culminando su calidad en el Impresionismo, en América Latina ha sido el primer tema en forjar una identidad nacional. La naturaleza exuberante del Caribe ha sido propicia para que muchos pintores de la región, profesionales y aficionados, tengan el paisajismo entre sus expresiones predilectas. Así mismo ha sucedido en la República Dominicana, hasta el período contemporáneo que se ha alejado del paisaje tradicional, pero que pintores modernos como Tomás López Ramos han tratado en un contexto rural especialmente.

El Autor
Tomás López Ramos nació en Pola de Allande (España), en el 1930, y murió en Santo Domingo en el 2010. Hizo sus estudios de arte en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y la Escuela Nacional de Bellas Artes de Santo Domingo, recibiendo además clases del pintor alemán inmigrante George Hausdorf. El trabajó durante años con el maestro Gilberto Hernández Ortega, al cual le ligaban gran compañerismo, profunda admiración y notable influencia. Aunque él pintaba mucho, presentó contadas exposiciones individuales: sus cuadros se compartían entre galeristas y coleccionistas amigos. Simpático y cordial, le conocían más como “Tomasín”, comensal y cofundador de uno de los mesones bohemios y artísticos de la capital. Su muerte dejó el vacío de un talento auténtico, heredero de la maestría española secular entre tenebrismo y bodegones.

La Obra
Este paisaje, a la vez suelto, refinado y de una composición perfecta, es una fiel representación del impresionismo según se practicó en nuestro país, aunque un siglo haya transcurrido desde el triunfo de esa corriente en el “viejo mundo”. No utiliza el negro y glorifica la luz, excelentemente tratada desde la claridad que irradia desde el fondo hasta el primer plano sombreado, contraste que aumenta la iluminación diurna reinante. Sin destacar el tropicalismo de la vegetación, el verdor amarillento y solar comunica la lozanía, la vitalidad, la prominencia de la flora. No obstante, la pequeña estructura geométrica azuleada del bohío y las filas de estacas señalan la presencia del hombre, que ha “domesticado” la naturaleza. El dominio de la perspectiva y del espacio, que se destaca en el bien trazado camino campestre, transmite la sensación de distancia, y nuestra mirada sigue “monte adentro”. Esta interpretación pictórica de Tomás López Ramos invita a la contemplación y al recorrido.

Marianne de Tolentino

Julio

José Ramírez Conde I Hombres | 1960 | Óleo sobre lienzo | 50 X 40

Por Vladimir Velázquez

El arte no sólo es el medio de expresión espiritual por excelencia de los pueblos, sino que también es un medio de manifestación de ideas más concretas en la lucha por expresar las desigualdades que separan a los hombres hasta llevarlos a los grandes conflictos que tienen como colofón la pobreza, las guerras fratricidas y la muerte. Dentro de las grandes corrientes artísticas nacidas en el siglo XX, hubo una que buscó restaurar la identidad del pueblo de donde surgió, hermanándolo en sus propias raíces y mostrando con belleza la lucha de dos culturas que se enfrentaron y crearon con el mestizaje que devino después una nueva nación con sus cosas buenas y no tan buenas. Tal movimiento se denominó “muralismo mexicano”, en el que se buscó educar y enorgullecer a todo un pueblo con imágenes poderosas de la propia identidad, a través del talento inconmensurable de varios pintores que lograron calar en el inconsciente colectivo, pero cuyos responsables principales son la trinidad conformada por Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.

La ola expansiva del muralismo se extendió con fuerza en todas partes y fueron muchos los grandes artistas que cayeron fascinados bajo su poderoso influjo, desde un joven Jackson Pollock hasta un gran artista dominicano ido a destiempo como lo fue José Ramírez Conde, o “Condecito” como preferían llamarlo sus amigos y colegas.

Se puede decir de este gran pintor sureño, y autor de decenas de murales repartidos a todo lo ancho del territorio nacional, destacandose los del Palacio de Bellas Artes y los ubicados en el Parque Mirador del Sur (junto con los de Amable Sterling), que su pintura resume un equilibrio entre la forma y el color, además del discurso social, en donde lo asimétrico de la composición denota una tendencia que oscila de lo cubista al expresionismo figurativo, planteando como sus modelos mexicanos su conciencia social y política, permeada ésta por la ideología socialista pero sin caer jamás en posiciones panfletarias (como en no pocas ocasiones cayeron los primeros), todo lo contrario, refuerza su mensaje en los distintos problemas del arte y la historia de la humanidad, integrándola de manera coherente a su concepto de la libertad del hombre y de belleza que debe primar en una obra artística.

En la obra que hemos seleccionado como pieza del mes: “Hombres”, está presente ese mensaje humano, de hermandad de un pueblo en sus tradiciones culturales (en este caso las fiestas populares y la música por el acordeón y la tambora que se aprecian en un primer plano), pero también por el sentido de unión que logra integrar su composición, un tanto abigarrada, empero, planteada con armonía, lo que unido a sus colores sobrios, oscuros, denotan no sólo nuestro mestizaje y la fuerza de lo africano, sino cierta tendencia tenebrista que evoca lo que ha sido nuestra historia tan plagada de infortunios (sobre todo en la fecha en que se pintó este lienzo, es decir, un año antes del tiranicidio), lo que hace de esta pieza una de las señeras de la colección del Banco Central.

Junio

Marianela Jiménez | Lavandera II| 1993 | Oleo sobre lienzo | 31 x 23

Fueron los primeros graduados de la Escuela Nacional de Bellas Artes, fundada en el 1942. Tenían el entusiasmo de pertenecer a una formación académica, nueva por la creación reciente de la carrera, antigua por la aplicación de preceptos arraigados en el clasicismo. Fueron alumnos de un maestro excepcional, José Gausachs. Querían modernizar la interpretación de la vida y del entorno dominicanos, buscando una identidad propia. Lo hicieron con distintos estilos, y entre ellos se distinguieron maestros del arte dominicano y una maestra, Marianela Jiménez.

La Autora
Marianela Jiménez nació en Santo Domingo en 1925. Después de primeros estudios en la Academia de Pintura del pintor alemán inmigrante George Hausdorf, ingresó a la recién creada Escuela Nacional de Bellas Artes, en el 1942 y formó parte de la primera promoción en el 1945. Se quedó siempre vinculada a la academia oficial donde ejerció el profesorado y asumió la dirección durante 10 años. Fue premiada varias veces en las Bienales nacionales. Ha participado en innumerables exposiciones colectivas –nacionales e internacionales- y presentado 26 individuales, una de ellas en el Banco Central junto a Soucy de Pellerano y Carmen de Pool. Ha desempeñado también la Dirección General de Artes Plásticas en la Secretaría de Estado de Cultura.

La artista se ha caracterizado siempre por su generosidad afectiva, su temperamento afable y la atención que manifiesta hacia la labor de sus colegas, maduros o jóvenes, consagrados o principiantes. Aparte de que es su personalidad, su condición de maestra, habiendo enseñado a generaciones de pintores, explica ese interés altruista, poco común en nuestro medio. Hoy, Marianela está retirada, padeciendo serios quebrantos.

La Obra
De la pintora dominicana se podría decir como lo expresó Cézanne:"El dibujo y el color no son distintos: a medida de que uno va pintando, uno dibuja; más el color se armoniza, más se precisa el dibujo. Cuando el color ha llegado a la riqueza, la forma se encuentra en su plenitud". Este mensaje, lo transmite Marianela Jimenez en toda su obra: ella es una excelente dibujante y colorista; ciertamente, en su pintura, no podemos disociar la forma y el color. En el cuadro de la “Lavandera 2”, de pequeño formato, reconocemos estas cualidades, una mujer de espaldas, tendiendo ropa o quitando la que se secó, es representada enérgicamente, al igual que los pobres muebles y demás objetos que la acompañan. Líneas y colores, repartidos por la superficie, diseñan ritmos que transmiten la actividad febril de la señora. Y sobre todo, nos percatamos de que podríamos trazar dos diagonales, de arriba hacia abajo, que rigen la composición espacial y se cruzan justo en la orilla del cuerpo del personaje. El estilo de este oleo sobre lienzo es una simbiosis de realismo y expresionismo. En su contenido, lo valoramos como una estampa de un oficio tradicional criollo… ¡que todavía no ha desaparecido!

Marianne de Tolentino

Mayo

Amaya Salazar | Maternidad

Por Vladimir Velázquez.

La aleación del cobre y estaño los cuales son los metales que forman el bronce, es uno de los materiales más sólidos y maleables con los que ha contado la cultura y la civilización desde sus propios albores.

La cantidad de artefactos para todo tipo de de cosas, desde los de uso cotidiano hasta los armamentos militares (espadas, escudos, armaduras, etc.) son incontables, pero hay un uso en el cual este material ha brillado de manera ejemplar en la creación de importantes objetos, y es precisamente en el campo de la creación artística.

Son incontables las estatuas, bajorrelieves y objetos de uso ritual que se han realizado con esta noble materia y llegado hasta el día de hoy, muchos siglos y hasta milenios después, casi intactos, comprobándose con ello la excelencia de este medio usado por todos los grandes creadores desde la antigüedad hasta el presente.

La forma de elaborar un objeto u obra de arte en esta técnica es bastante compleja, no tanto para conformar el objeto en sí (pues en la mayor parte de los casos se realiza con un vaciado en yeso o en lo que se denomina la cera perdida), sino a la hora de la fundición, en donde maestros expertos en esta técnica tienen que vigilar concienzudamente que el material se vierta limpiamente, sin escorias y que el receptáculo en donde se encuentra el molde esté bien solidificado para que no se quiebre debido a las altas temperaturas en que se encuentra el metal en estado líquido.

¡Pero cuántas obras maestras han salido de esos hornos! ¡Cuánta belleza ha sabido recrear la creatividad de los artistas con este noble material casi indestructible a través de los siglos!

Y es por ello que nos complace presentar como pieza del mes en esta ocasión la presente escultura de Amaya Salazar, gran artista del pincel, quien con igual dominio en esta técnica, la escultura en bronce, nos hace gozar con uno de los temas más recurrentes y tiernos de su repertorio: “La maternidad”, realizada en un estilo fresco y contemporáneo, en donde las masas y los volúmenes nos sugieren todo lo que ex-profeso le falta a la figura, ya que en este caso la intención es evocar más que describir, expresar una emoción profunda que darnos un detallado análisis de la forma con todos sus recovecos, entroncándose su objetivo y estilo como artista en una corriente neoexpresionista de gran belleza poética.

Para este mes de las madres, el ser más amado y reverenciado por todos los que tenemos la dicha de tenerlas con nosotros, qué mejor motivo que esta delicada y magnífica pieza de esa gran artista que es Amaya Salazar.

Abril

Candido Bidó I Muchacha con paloma | 1979 | Mixta sobre lienzo | 40 X 30

Por Vladimir Velázquez.

Cándido Bidó se ha ido para siempre, dejando desconsolada a su gran familia del pueblo dominicano, que lo perdió muy recientemente. Era el único artista que todos conocían, jóvenes y adultos, pobres y ricos. No hemos olvidado la pregunta hecha a un escolar de Herrera: “¿Cuales son tus pintores preferidos?” Nos respondió con aplomo: “Picasso y Cándido Bidó”… Es que, para los dominicanos, la pintura de Cándido Bidó representaba a su país y su pueblo, “cantando” en azul y anaranjado un mensaje soleado de amor y amistad. Dentro de sus cuadros, se cobijaban las marchantas, las madres, los infantes, los campesinos, las casitas, la flora, la fauna poblada de las famosas aves. Fueron más de 55 años de entrega al arte, que, a cada exposición, daba cita a la naturaleza y al hombre del Caribe. Se ha ido Cándido Bidó, pero su maravillosa pintura perdurará por los siglos de los siglos.

El Artista
Cándido Bidó nació el 20 de mayo de 1936 en Bonao. Huérfano de padre, trabajó a muy temprana edad, limpiando zapatos, para mantener a su familia.. Luego, siendo mensajero en el Colegio Serafín de Asis, demostró su vocación por el dibujo y pudo entrar, en el 1967, a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Se graduó en el 1962. El mismo año inició allí una carrera de profesor hasta el 1981, cuando renunció para dedicarse a su propia academia, aunque, después, ha ejercido la función docente en las Fuerzas Armadas.

En 1985, empezó a planificar la Fundación Escuela y Museo de Arte en Bonao, una magnífica iniciativa y la única en el país de parte de un artista: hoy, el establecimiento museal y educativo provee a los jóvenes de una enseñanza de las bellas artes, organiza exposiciones y una Bienal, coopera con los artesanos. Paralelamente, el “Maestro de Bonao”, tan buen dibujante como pintor, ha sobresalido en una brillante y larga carrera nacional –ganado varios premios en la Bienal Nacional y el Concurso E. León Jimenes-, e internacional –exponiendo en varios países de Europa, del Caribe, de las Américas y de Asia-. Él trabajaba enormemente sin preocuparse por su salud, y, afectado de dolencias cardíacas, falleció de un infarto, el 7 de marzo 2011.

El Cuadro
“Muchacha con Paloma” es una muy hermosa pintura, que refleja los rasgos distintivos de la obra de Cándido Bidó: imagen de la mujer aldeana, sencilla y agraciada, con un donaire natural; presencia del pájaro, símbolo de pureza, cariño y libertad; tonalidades dominantes en las gamas de azul y anaranjado. Un fragmento de tela, elemento añadido de realidad, es una nota de “collage”, un procedimiento frecuente en el maestro. La composición impecable destaca el cuerpo de la doncella sobre un fondo y entorno de “geometría sensible”, la impronta gráfica que nunca faltaba. La textura del pigmento es sustanciosa y matizada. Un vínculo de ternura entre la joven y el ave se destaca, un gesto de ofrenda… sugiriendo que la (buena)moza va a soltar al animalillo en el espacio, hacia el cielo y el sol.

Marzo

Joan Parés I Paisaje del Sur | 1988 | Óleo sobre lienzo | 24 X 30

Por Vladimir Velázquez.

Dentro de las muchas sorpresas artísticas que atesora la importante colección pictórica del Banco Central, hay una -no lo va a negar quien escribe estas líneas- que siempre me ha llamado poderosamente la atención, y es este cuadro de discreto formato y temática de por más habitual (paisaje), que justo ante usted, amable visitante, tiene el placer de contemplar; una vista idílica de un río con su salto de agua fresca y cristalina, escarpados pedruscos henchidos de una rica vegetación, la cual, con un manejo diestro de la atmósfera y la profundidad tonal, de inmediato nos sumerge en ese paraíso natural que va más allá de lo que en sí representa, recreando otra realidad mediante la sabia pincelada, los mágicos matices de los colores quebrados integrados a los del trópico tal como los siente e interpreta un pintor europeo; es entonces cuando se produce este pequeño milagro, gema delicada que nos honramos en presentar como pieza del mes: “Paisaje del sur”, del artista catalán radicado en nuestro país durante algunos años e ido de esta dimensión material a destiempo, Joan Parés.

Joan Parés adoptó a la República Dominicana como patria después del profundo dolor que le deparó la pérdida de un ser querido, su padre, tanto así, que había dejado de pintar durante dos largos años y se dedicó a deambular por el mundo de aquí para allá, y cuando recaló en nuestra tierra, encandilado totalmente su espíritu por la hospitalidad de la gente, la maravilla inefable de la naturaleza tropical y sus brillantes y saturados colores, en especial de cómo la luz lo baña todo de una manera irrepetible, decidió quedarse aquí y para de inmediato desempolvar de su estuche los pinceles y tubos de pintura, realizando una serie de obras de altísima calidad y particular personalidad artística.

Para referirnos a la pintura de Parés, me permito citar un fragmento de un artículo que publicó en “Isla Abierta” su director, el poeta Manuel Rueda y quien define mucho mejor lo que deseo expresar: “Fernando Pessoa, en su Libro del desasosiego firmado por uno de sus heterónimos, tiene frases desconcertantes, por lo profundas, sobre la condición del paisaje. Allí he leído algo que no es posible entender en primera lectura: “Todo paisaje no está en ninguna parte”. O sea que no es el paisaje real, ni el paisaje interior lo que se mira, sino una condición mental del color cuyas vibraciones se apoderan del instante para ser, para configurarse como tal y desaparecer de inmediato”.

Continúa Rueda: “Idea intemporal cuyas luces y contornos oscilan entre la interioridad del creador y la naturaleza, sustrayéndose también, de esta manera, a lo espacial. Un paisaje no está en ninguna parte porque en su realización ha dejado de ser tanto descripción de tipo realista como estado del alma. En cuanto a la tela en donde el pintor lo plasma, sólo existe por las contingencias anteriores y principalmente por el reconocimiento fugaz del que lo contempla”.

De este fragmento citado se puede inferir que el paisaje, más que ser una representación de un espacio de la realidad plasmado con pigmentos sobre una superficie, es la instantánea de un estado del alma que expresa más la interioridad anímica del artista que lo que él mismo podría lograr con un autorretrato. Quizás por ello podemos vagar tan lejos en nuestra imaginación tras contemplar las infinitas nubosidades de Ruisdael, las plácidas aguas de Canaletto, la abrupta naturaleza de Caspar Friedrich, o en las atormentadas y rítmicas pinceladas de Van Gogh, porque el pintor más que pintar una estampa, pintó su corazón.

Y quiero concluir nuevamente con otro fragmento de Rueda sobre el mismo artista: “(…) por estas razones Joan Parés es un artista singular cuyos extraordinarios paisajes están plasmados más allá de la técnica, en esa zona en que el artista recrea la naturaleza, punto equidistante entre la realidad y el sueño”.

Febrero

Jaime Colson / Sin título / Oleo sobre cartón piedra / 39X19 / 1956

Esta pintura es una de las últimas obras adquiridas por la Pinacoteca del Banco Central. El cuadro, de formato modesto y de acentuada verticalidad, proyecta de manera singular el legado afroantillano en el arte dominicano y su impronta, no sólo por la convicción de su autor, sino, en ese período, como una reacción identitaria de pertenencia racial y humanidad auténtica.

El Autor
Jaime Colson –para el estado civil Jaime González Colson- nació en Puerto Plata, en 1901. Hizo sus estudios de arte en Madrid y Barcelona. Viajó luego a París – su ciudad predilecta durante muchos años- y allí se inició exitosamente en el cubismo analítico y sintético. Se trasladó a México y a La Habana, donde trabó amistad con Mario Carreño. Retornó a París, donde conoció a Pablo Picasso, el cual apreció su obra y se lo dijo, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 hizo que Colson volviese a Barcelona, donde tejió lazos intelectuales, dejó huellas importantes y contribuyó a la modernización de la pintura catalana. Dibujaba y pintaba ardorosamente en cada lugar, llevando al mismo tiempo una vida de incontenible bohemia.

En la década del 50 volvió a Santo Domingo e ingresó al cuerpo docente de la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la cual fue director. Se quedó definitivamente en Santo Domingo, salvo dos breves estadías en Haití, que lo marcó profundamente, y en Venezuela, viaje en que le robaron sus cuadros, ¡desventura sucedida anteriormente varias veces! El siguió trabajando, pintando, dibujando, hasta muy avanzado el cáncer de la garganta que lo mató en 1975. Fue también poeta y crítico, sin indulgencia por la mediocridad. Una mezcla de pasiones, de genio y de amargura creciente define el temperamento de Jaime Colson, pintor cimero del arte dominicano y autocalificado “trashumante”.

La Obra
Para comprender el espíritu de esta pintura, no hay mejor comentario que las palabras del propio Jaime Colson: “Creo que lo más interesante que hoy existe es orientar la pintura hacia el negro y el primitivo. No el negro como lo han visto los europeos, sino el negro vivo, el negro en sí. No me interesa el indio americano, sino el antillano y su expresión. Es un camino para llegar a lo esencial.” Esta obra extraña, difícil, oscura aun, corresponde al pronunciamiento del maestro, tajante como prácticamente todo lo que él decía.

Jaime Colson, de 1956 a 1958, realizó una serie de pinturas y dibujos que plasmaban la gente de Haití -adonde viajó y hasta expuso- , pero sin folklorismo según él mismo lo expresó. Llegó a adentrarse en la música y en la religión, queriendo proyectar a la vez antropología y cultura. Ahora bien, él interpretó a las figuras sintéticamente, dentro de la geometría cubista –que lo identificó en su juventud-. y podemos hablar de su “cubismo antillano”, probablemente la vertiente más impresionante y personal de sus investigaciones.

Colson, otrora tan clásico en su interpretación de la figura humana, no temía entonces deformar y distorsionar a personajes, tampoco cambiar su paleta con tonalidades austeras y sombrías aun. A ese período cronológico y estilístico, pertenece la misteriosa criatura femenina hoy expuesta, un cuadro pequeño, pero una de las obras contundentes de la colección del Banco Central.

Marianne de Tolentino
ADCA / AICA.

Enero

George Hausdorf I Paisaje | sin fecha

Por Vladimir Velázquez

El arte de George Hausdorf está asociado a lo más sobresaliente de la tradición plástica europea de los albores del siglo XX (y antes también). Al recalar en nuestro país huyendo de la persecución hitleriana, su pintura se tornó radiante, atrapando en sus lienzos el instante en que la luz recorta las sombras para generar una atmósfera plena de esas mismas vibraciones luminosas. Hausdorf pintaba con la maestría del virtuoso sin olvidar la sensibilidad del poeta, destacándose en el paisaje de fuertes contrastes cromáticos, e incorporando similar estatura técnica en el género del retrato y de las escenas intimistas, en donde su espíritu inquieto y observador pudo captar con precisión y belleza, las costumbres de la sociedad que entonces le amparó como a uno de los suyos.

Fue miembro fundador y profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes, siendo un pedagogo que demostraba con su propio ejemplo la manera libre y expresiva de su trazo, cualidad esta que influyó notablemente en artistas de la talla de Gilberto Hernández Ortega, Eligio Pichardo, Ada Balcácer y Domingo Liz.

Nació en Breslau, Alemania en 1894, ciudad donde inició sus estudios artísticos, continuándolos durante cinco años en la Academia de Pintura de Berlín. Posteriormente viajó a Holanda para perfeccionar su arte, y cuando en 1939 llegó al país, era un consumado pintor. Murió en 1959.

Expuso numerosas veces en Alemania y otros países de Europa, y por supuesto, la República Dominicana, celebrándose su primera individual en la Galería Nacional de Bellas Artes, en diciembre de 1944, con más de 50 pinturas, dibujos y grabados.

Según el crítico Cándido Gerón: "La pintura de Hausdorf contiene un rigor descriptivo y ambiental de gran acento personal y delicada armonía tonal. Su paleta manifiesta jugosa textura que equilibra y armoniza en colores primarios y secundarios. El dibujo en la mayoría de sus retratos y paisajes se muestra sin violencia ni durezas. Sus líneas son precisas y densas y mantienen una dicción pulcra y narrativa. Alcanza una síntesis reflexiva que conjuga soluciones cromáticas y composiciones técnicamente objetivas. EI dibujo en la mayoría de sus retratos y paisajes se muestra sin violencia ni durezas. Sus líneas son precisas y densas y mantienen una dicción pulcra y narrativa. Alcanza una síntesis reflexiva que conjuga soluciones cromáticas y composiciones técnicamente objetivas. Fue un amante de la música clásica".

En esta obra con la que abrimos el presente año 2011 con “La pieza del mes”, podemos apreciar lo antes mencionado en torno a este destacado artista exiliado en el país, en donde al magnífico uso de la luz y el color, principalmente en lo que se denomina perspectiva tonal, crea una ilusión de espacio sabiamente logrado, lo que aunado a un marcado equilibrio de la composición, hace de esta pequeña pieza (sólo en dimensión) una de las más notables de las recientes adquisiciones de la rica colección plástica del Banco Central.

Diciembre

María Aybar I Calle de la Atarazana | 1975 | Óleo sobre lienzo | 41 x 51

En la pintura de hoy todas las interpretaciones se permiten. Sin embargo, cuando se representa a un paisaje de la ciudad colonial, una version realista es la más indicada para que el ambiente urbano y las edificaciones históricas puedan apreciarse, luego que, como en esta tela, el espectador penetre en la memoria de la arquitectura secular, la reconozca o la descubra.

La Autora
Nacida en San Pedro de Macoris, María Aybar hizo estudios de Ingeniería y Arquitectura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y recibió clases de arte con Paul Giudicelli. Continuó su formación en artes plásticas en Madrid y en Bogotá – donde fue discípula del maestro David Mansur-. Ha presentado más de 35 exposiciones individuales en la República Dominicana y en el exterior.

Apasionada por la investigación, la autora, dibujante y pntora, se caracteriza por una gran variedad temática sobre todo. El estilo de su obra se adscribe preferentemente al realismo – sus incursiones surrealistas se situan más en el tamaño de los objetos-, siendo factores de esa formulación, la habilidad y la precision del dibujo, transmitiendo un agudo sentido de la observación, ¡que no ignora el humor! Su cromatismo evita las estridencias, y la luminosidad de sus colores se mediatiza con tonalidades refinadas. La artista se distingue también por dotes literarios, en particular en los cuentos para niños. El conocido intelectual León David, su esposo, le ha dedicado una monografía.

La Obra
“Calle de la Atarazana” suscita una primera reflexión general: hoy en día la pintura del paisaje ubano ha cedido el terreno a la fotografía, y lo lamentamos, ya que en la interpretación pictórica, hay un mensaje o una poesía –a veces ambos- que se expresan singularmente con la paleta y la pincelada, la factura y la materia, desde el cuadro. Lo comprobamos con esta vista de la calle de la Atarazana por María Aybar, la cual no solamente describe la vía, la perspectiva, las casas que la circundan, hasta el horizonte de la Puerta, sino también escribe la historia, antigua por la definición arquitectónica, sino también moderna, con el escudo de la proverbial Galería Nader. Una iluminación lateral instrumenta el contraste entre la claridad y la sombra, la noche pronto caerá… La atmósfera exhala una intensa nostalgia, se nos comunica una sensación de ciudad romántica sino desolada, desertada por la gente y la vitalidad cotidiana. ¿Será que María Aybar se aflige recordando el ayer y rinde un homenaje a los encantos del pasado?

Marianne de Tolentino

Noviembre

Alberto Bass, 1949- I El Matúa | 2001 | Óleo sobre lienzo | 35 x 45

Por Vladimir Velázquez. La vida apacible del campo, su infinito verdor y el límpido aire de los cielos despejados, la belleza contemplativa en la que juguetean en armonía sus árboles, ríos y manantiales, los animales que pacen en alguna pradera, en donde a veces asoma algún campesino montado en su burro o carreta después de su intensa jornada cotidiana, son imágenes que nos sumergen en un estado de tranquilidad, de beatitud, que es uno de los remedios más gratos frente a esta polución y estrés con que nos ha ido invadiendo esta tan cacareada modernidad (o posmodernidad) dentro de esas inmensas cárceles de ruido y cemento a cielo abierto que son nuestras ciudades de hoy.

El campo, el paisaje bucólico, ha sido y es uno de los temas más socorridos por los artistas en todas las épocas, pues a través de él no sólo se explora todas las posibilidades del color y la composición, sino que el mismo puede ser hasta una radiografía más exacta del alma humana que un autorretrato (si no, piense todo lo que nos dicen del carácter artístico y humano los paisajes de Van Gogh), siendo muchos de ellos campo de experimentación en el que se han gestado innumerables revoluciones en las artes plásticas (me llega a la memoria el cuadro de Paul Sérusier “El talismán”, paisaje en el límite de la abstracción que abrió el camino de lo que llegaría a ser el arte moderno).

El Matúa, obra del artista plástico Alberto Bass, bella estampa de una zona profusamente arbolada que la bordea un río de aguas frescas y cristalinas, sin ser una pieza revolucionaria desde el punto de vista formal, es un cuadro de una sólida factura técnica y un buen quehacer del artista, quien siempre se ha caracterizado, desde que salió egresado del Art Student League de Nueva York, por su rigurosidad académica, seriedad y gran poder de observación y síntesis (observe los detalles resueltos con pinceladas sueltas que sólo pueden leerse a cierta distancia –la famosa lección velazquiana), y si bien otras temáticas han sido su sello distintivo, como lo es la social, por ejemplo los tapabocinas, vehículos herrumbrosos y destartalados, objetos de uso cotidiano como un anafe o una caja de limpiabotas, gente de la calle, canillitas y personajes populares, como los del carnaval, Alberto Bass ha hecho sin embargo del paisaje un medio idóneo para mostrar sus habilidades y excelentes dotes de artista, además de mostrar a un dominicano que ama y conoce de veras los cuatro puntos cardinales de la patria y la luz que la baña.

Octubre

Gaspar Mario Cruz I Siameses | Madera tallada

La colección del Banco Central tiene relativamente pocas esculturas, pero de gran calidad, y la pieza de Gaspar Mario Cruz posee un valor espiritual singular. Encontramos en toda la producción de Gaspar Mario Cruz, de modo espontáneo, una síntesis del arte religioso y su evolución, vuelto mundo infinito del maestro dominicano. Frecuentemente le ubicaron entre los escultores primitivos, una calificación apresurada y fácil, o lo compararon con los tallistas medievales, cuando de hecho él ha gestado, solo y en su lar tropical, una expresión original, totalizadora en estilo y en tiempo.

El Autor
Gaspar Mario Cruz nació en San Francisco de Macorís en 1929. Sintió la vocación artística a temprana edad. Realizó sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes con los maestros Manolo Pascual y Juan Cristóbal. Fue miembro fundador del Grupo Proyecta, con quien realizó dos exposiciones. Impartió docencia en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Participó en numerosas colectivas desde el año 1952. Se destacó en varias exposiciones dominicanas importantes fuera del país –París, Londres, Madrid, Nueva York–. Sus pocas muestras individuales fueron contundentes. Ha sido galardonado con dos primeros premios en Bienales Nacionales de Artes Plásticas realizadas en Santo Domingo en los años 1956 y 1958. Esculpió las puertas de la Catedral Santiago de Apóstol en Santiago, una de sus obras maestras. Poco antes de su muerte le dedicaron la Bienal Nacional de Artes Visuales y le hicieron un homenaje especial. Falleció en Santo Domingo en 2006, sin haber alcanzado la fama internacional que él merece. En el 2010 le otorgaron el título póstumo del Premio Nacional de Artes Plásticas.

La Obra
Escultor figurativo, Gaspar Mario Cruz dio a la figura humana –a menudo conformando grupos– una connotación mística. Supo comunicar una nueva vida al tronco de madera, prefiriendo la caoba, que él labró con una fuerza sorprendente. Esculpir cabezas, como si él representara a los bustos de sus héroes anónimos, fue una de sus vertientes creadoras, aunque no la más frecuente que agrupaba cuerpos unidos en una simbología de la fe y una tipología muy personal. Los concebía casi siempre verticales y alargados, cual un El Greco de la escultura criolla, hasta en las cabezas, como lo comprobamos en esta hermosísima talla. Estos “Siameses” pueden referirnos a la fusión de dos criaturas meditando, no forzosamente a una monstruosidad biológica. Y notamos, en el tope de cráneo, una suerte de tocado… omnipresente cuales sean forma y formato. Le hicimos la pregunta de su significación. El nos habló de las ideas, de las creencias, de los sueños. Indudablemente, en esta obra, mucho más que un detalle, es parte importante de bloque escultórico, en la estética y la connotación mítica.

Marianne de Tolentino

Septiembre

Laura Castro I Sin título | sin fecha | Óleo sobre lienzo | 60 x 60

Por Vladimir Velázquez

El haiku, ese universo verbal contenido en versos de breves palabras, es una de las expresiones más exquisitas y profundas de la poesía y de todo el arte japonés.

En el espacio de tres versos de cinco a siete sílabas, el poeta dice emocionado una sensación del alma suscitada casi siempre por un estado de la naturaleza. Aunque este tipo de poema breve tiene su origen en sus antecesores chinos (dinastía Tang), fueron los japoneses quienes llevaron a su esplendor este género, el cual estaba notablemente influenciado por la filosofía y la estética zen, por ello su austeridad, naturalidad y sencillez que parece hablarnos de la misma eternidad.

Pero el haiku no se quedó varado en su cuna de origen, sino que ha tenido muchos cultores de gran nivel en el mundo, principalmente en el siglo XX, cuando empezó a conocerse la cultura japonesa en occidente, siendo varios de sus divulgadores principales Octavio Paz y Jorge Luis Borges, además de Mario Benedetti, quien publicó una obra dedicada a ellos (“Rincón de los Haikus”). Otra característica importante es que algunos de sus principales cultores (Matsuo Basho) acompañaban sus versos de una pintura alusiva a los mismos, lo que indica que el sentido de contención, brevedad y sencillez también se puede expresar en otros lenguajes estéticos, como lo es el caso de la pintura minimalista.

Laura Castro, joven artista emergente, es una de las promesas más relevantes con las que cuenta la plástica dominicana de hoy, quien con la exquisita obra expuesta ante usted, amable lector, como pieza de este mes, nos demuestra cabalmente lo que hemos descrito acerca de este género literario, el haiku, pero volcado hacia la pintura, esto es, sencillez formal, escasos elementos sabiamente distribuidos que evocan múltiples lecturas, además del misterio, cualidad necesaria en toda buena obra de arte.

La presente obra, que no sabríamos cómo clasificar, pues bien podría ser una naturaleza muerta o quizás un paisaje surreal (tan en el límite –casi entremezclado– está un género del otro en la pintura que describimos), la artista ha sabido aunar con proverbial talento visual su manejo extraordinario, casi maestro, de la técnica del óleo, al dibujo pulcro que funciona cual preciso mecanismo dentro de la composición (siendo esta última uno de sus grandes puntos fuertes como pintora), creando una insondable sutileza poética en donde el misterio contenido de esos sencillos elementos varados allí indefensos en el amplio espacio vacío de la pared blanca, pared casi impoluta que lo inunda todo y de la cual se sostienen esos pequeñísimos objetos que no están allí puestos al azar, sino que dialogan grácilmente estableciendo equilibrios rítmicos, tonales y volumétricos, son los creadores de la paz o armonía dentro del plano pictórico.

Pero lo maravilloso y singular de este notable haiku visual de Laura Castro, es que además de ser un alarde de virtuosismo artístico, es una realidad flotante e indescifrable de un koan zen (“este es el sonido de dos manos ¿cuál es el sonido de una?”): realidad suspendida dentro de otra realidad; visiones fugitivas de nuestros más íntimos y preciados sueños.

Agosto

Leon Bosch, 1936- I Bodegón de peces | sin fecha | Óleo sobre lienzo | 23 1/4 x 47

El cuadro pertenece al género del Bodegón, típico en el arte clásico español, que designaba a una pintura representando con minuciosidad escenas de cocina o de taberna - de ahí el nombre de bodegón, derivado de bodega, un lugar oscuro-, en las cuales predominaban frutas, vegetales, carnes, pescado y objetos domésticos. Floreció en los siglos XVII y XVIII, y su popularidad se ha mantenido. Sus máximos intérpretes en la pintura dominicana son Mariano Eckert y León Bosch.

El Autor
León Bosch nació en Santo Domingo en 1936. Recibió su formación artística en La Habana y en Madrid, lo que explica un excepcional dominio de la academia. Muy discreto, ha participado poco en bienales y concursos, ganando sin embargo premios. Esa misma reserva se observa en las exposiciones, y él prefiere la obra de encargo, madurada en la soledad del taller. El ha presentado pocas individuales: una de ellas, muy celebrada y variada, tuvo lugar en la Galería Auffant en el 1972. Es un excelente retratista: así uno de los últimos grandes retratos del profesor Juan Bosch –su padre- es una obra magistral. Reside actualmente en Washington, donde ha ocupado las funciones de Consejero cultural de la Embajada dominicana.

La Obra
De una pureza estilística refinada y perteneciendo a una tradición clásica secular, “Bodegón con peces” es una obra representativa de su autor, que destaca la forma y el color con la misma precisión. Iluminación, matices, contrastes ameritan una prolongada contemplación. Los peces y el pollo están colocados en ordenamiento frontal sobre una mesa – el mantel constituyendo un foco de luz- y detrás hay un fondo oscuro. El artista parece “promocionar” el consumo de pescado, ofreciéndolo pictóricamente con abundancia, mientras el pollo, dramático, tieso y recién sacrificado, podría aludir al manjar cotidiano de la gastronomía dominicana. El creciente de auyama, legumbre indispensable en el sazón criollo, llama nuestra atención y es un elemento de equilibrio en la composición.

Marianne de Tolentino

Julio

Paula Saneaux | Palcra

Por Vladimir Velázquez.

¿Quién es la muchacha que nos mira con ese aire extraño y misterioso de este cuadro? ¿Acaso será que nos quiere contar algo oculto de su vida para poder desahogar algo de sus pocas alegrías o tal vez sus muchas penas? ¿O es simplemente que ella nos invita a contemplarla en su rara y casi desnuda belleza, para que no articulemos palabra alguna y la examinemos en la quietud, en esa eternidad inmóvil en la podamos elucubrar lo que se nos ocurra? Ese es el gran misterio del arte, el que cualquier espectador, o nosotros mismos podamos crear toda una historia, una razón de ser de acuerdo con lo que interpretemos de una obra dada, y cada interpretación o pensamiento que nos sugiera la imagen dé nuevas pistas a una verdad que siempre será esquiva a la racionalidad o al lógico y normal rumbo de esta limitada dimensión material.

Por esa razón se ha vertido tanta tinta sobre la siempre cambiante sonrisa de la Gioconda, en las actitudes cortesanas de los enanos e infantas velazquianos, en las majas y duquesas de Goya, en las muchachas(os) de Modigliani y las amantes de Klimt, porque todos estos personajes, esta galería de seres atrapados en el espacio-tiempo de una simple tela coloreada, siempre, mientras exista humanidad, serán un misterio que sólo pueden explicar las razones del alma y el corazón.

En este soberbio retrato pintado por Paula Saneaux, “Palcra”, no sólo la artista ha sabido expresar con soltura ese estado de indefinición y ambigüedad tan esencial para capturar nuestra atención hacia una obra y así poder dialogar con ella, sino que también (y esto sí que es un verdadero triunfo), a través del extraordinario manejo formal de la pintura, esas sorprendentes valoraciones tonales de cómo la luz toca y juega con el personaje central y los demás objetos de la espaciosa habitación, la atmosférica y bien conseguida sensación de los diversos planos en la perspectiva tonal tan magníficamente logrados, tan real que casi podemos penetrar en el cuadro y sumergirnos a través de los suntuosos claroscuros de la limitada (a propósito) gama cromática, producen tal incertidumbre, tal desasosiego, que es prácticamente magia hecha con unos pocos pigmentos sobre una simple tela, tal como si la fantasía de Alicia se hiciera de veras realidad a través de su humilde espejo.

Y ese es sencillamente el sortilegio o pacto mágico que debe existir en una buena pintura, y por su puesto, con el público.

Junio

Fernando Peña Defilló | Paisaje de mi interior I | Sin fecha | Óleo sobre lienzo | 50 X 40

En la pintura dominicana, entre los misterios cristianos y la espiritualidad en general, el legado animista africano y el pensamiento filosófico oriental, se manifiesta el sincretismo antillano, una forma de mestizaje religioso. Culmina en un llamado a la meditación y sus valores perennes: la naturaleza, la vida, la muerte. Suele retrotraer a la cultura popular, a la dominicanidad y a la impronta caribeña, plasmando temas variados: vivencias y personajes vernáculos, evocación de las santas escrituras y criaturas sacras, flora y paisajes. Esa corriente plural, que no pertenece a un movimiento plástico en particular, puede observarse en la obra de Fernando Peña Defilló.

El Autor
Fernando Peña Defilló, nacido en Santo Domingo, en 1928, estudió arte en la Escuela Nacional de Bellas Artes e hizo un postgrado en la Escuela San Fernando de Madrid. Trabajó varios años en España y allí se integró, cultivando la abstracción, al grupo de avanzada El Paso. Regresó a Santo Domingo en 1964. Premiado en Bienales y Concursos, desde el 1974 decidió abstenerse de participar en competencias artísticas y concentrar su actividad creadora para la intimidad del taller. Sus exposiciones individuales son acontecimientos gracias a una extraordinaria calidad y a la revelación de las investigaciones recientes: por tanto el maestro las espacia en el tiempo. La última, retrospectiva y antológica, en el Centro León en Santiago (2009), se tituló “El Eterno Retorno”, estremeció al público por una riqueza emocional, intelectual y técnica singular en la pintura dominicana. Desde hace varios años, él reside y trabaja en Jarabacoa. Escritor notable, ha brillado también en la crítica de arte. Obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2010. La Obra

El magnífico óleo sobre lienzo, “Paisaje de mi Interior 1”, sugiere que la naturaleza circundante es también una verdad existencial profunda para el artista, así como el mundo de sus sueños se cristaliza entonces en una pintura evocadora sin ser descriptiva, imaginaria sin distanciarse de lo vivido. Esta visión del entorno jarabacoeño, iluminado –tal vez- por la memoria de Claude Monet, enseña la perfecta simbiosis entre abstracción y figuración. Los recursos admirables de una técnica y una academia totalizantes, la (re)conversión del espíritu en la materia, la imagen de nuestra realidad geográfica están presentes en la exquisitez iconográfica que este cuadro proyecta con un raro refinamiento en el colorido ¡Cuánta maestría en esta tonalidad de “verdiazul” que, mágicamente, da al óleo la sutileza de una acuarela! El cielo se funde con su reflejo… el sol llameante mancha de luz anaranjada la capa de agua… las ninfeas se convierten en metáforas de pececitos, o viceversa… la pintura alcanza las dimensiones de un poema visual, oda al trópico universal y eterno. La obra tiene un poder hipnótico, la emoción del espectador alcanza el clímax, la mirada penetra dentro del cuadro. Se hace muy difícil alejarse…

Marianne de Tolentino

Mayo

Dustin Muñoz | Carnaval Acuático | 2008 | Óleo sobre tela | 87.5 X 137.5

Por Vladimir Velázquez.

Hay creadores que siguen trabajando tesonera y calladamente sus obras a contracorriente, porque lo de estos artistas es ser coherentes con ellos mismos y buscar su propia voz en la senda que siguen, que en este caso se podría definir como búsqueda de la belleza como verdad, o el arte como forma de exaltar los más altos valores del espíritu humano, y eso, desde mi punto de vista, es lo que ha ido logrando en forma soberbia el artista plástico Dustin Muñoz con su última individual: “Temporis”, y de la que esta pieza que hoy forma parte de la colección del Banco Central, “Carnaval acuático”, es una muestra irrefutable de dicho talento.

Debo confesar, en honor a la verdad, que pocas obras plásticas en los últimos años me habían impresionado tan profunda y satisfactoriamente como la pieza que forma parte de esta colección de Dustin Muñoz (en ese tenor nos llega a la memoria “Claves de ser” de Julián Amado y la extraordinaria individual de Mayobanex Vargas en la Embajada de Francia), en donde el artista no sólo hace galas de un soberano y casi absoluto dominio técnico en el arte de pintar, con todas esas evocaciones que se palpan de la pintura clásica, especialmente la barroca, pero inteligentemente proyectada en el ámbito contemporáneo, sino que además su obra nos sumerge en todo un caleidoscópico universo de reminiscencias tanto ancestrales como de índole personal (su pueblo natal de Cabrera), en el que se puede intuir el concepto del inconsciente colectivo, ese elemento esencial de los instintos que nos mancomunan como especie.

Al escudriñar atentamente la pintura de Dustin Muñoz, sobre todo la presente, el observador queda fascinado de cómo el artista ha sabido manejar la materia plástica, la riqueza de las superficies del plano pictórico en donde el ojo-inteligencia nunca resbala, se detiene, se deleita escudriñando cada uno de los elementos compositivos (esqueletos de seres zoomórficos, herrajes, sacos rotos y telas viejas, piezas de labranza o artilugios indescifrables), además que las gamas cromáticas que se extienden desde los tierras, ocres y colores quebrados hasta reventar en secciones doradas con profusión de vivos cálidos colores matizados con admirable gusto en infinidad de gradaciones hacia los fríos y viceversa, convierten esta pintura en todo un goce su contemplación.

Leonardo en su tratado dice: “la pintura es cosa mental”, y por mental, se entiende espíritu, y lo que trasciende en esta admirable obra es una gran fuerza del espíritu, una madurez inusual para un artista de sus años quien ha sabido recoger lo mejor de la academia y de lo de su propia cosecha personal volcándola en una pintura que sobrecoge por el perfecto equilibrio de sus fuentes, y lo que le toma muchos años a cualquier artista para lograr configurar su sello personal, pareciera en Dustin un ejercicio fácil sólo guiado por el milagroso hálito de la Providencia.

Detalle tras detalle, guiados por el versátil y expresivo repertorio de la pincelada que resalta lo esencial de lo que es simplemente instrumental, además del concepto de la iluminación y el suntuoso claroscuro que crea una inequívoca sensación de tridimensionalidad, no están allí porque sí, están plenamente justificados, como lo están las imágenes fugitivas de los recuerdos, materia prima de los sueños humanos.

Abril

José Ramia Guzmán | Prosopón | 2008 | Acrílica sobre tela | 31 X 39

Pasada la década del 80 surgió una nueva tendencia en el arte fi­gurativo y la pintura. La llamaron, en Europa, la “Figuración Libre”, y se adhirieron a ese estilo de la creación, artistas en su mayoría emer­gentes, que la siguieron cultivando en su joven madurez. Esa corriente se relaciona con la cultura popular urbana, los medios publicitarios y los “comics” –o narrativa en imágenes-. Por su amplia fantasia y la actualidad como fuente de inspiración, esa modalidad de la figuración tiene adeptos en la plástica caribeña, y, en Santo Domingo, José Ramia Gúzman puede considerarse como uno de sus seguidores.

El Artista
José Ramia Gúzman nació en Santiago de los Caballeros en 1984. Es egresado de la Universidad APEC donde cursó la carrrera de Di­seño Gráfico. Ha participado en varias exposiciones colectivas y ha presentado dos muestras individuales en Casa de Teatro y la Galería de la Alianza Francesa. La Feria Internacional de Arte le comisionó para que realizase una pintura en vivo durante su rueda de prensa, igual­mente Casa de Teatro en la Feria del Libro. Ha recibido consecutiva­mente Mención de Honor y Premio en el Concurso Nacional de Joven Pintura. Trabaja simultáneamente en diseños de catálogos, fotografía y montaje de exposiciones.

La Obra
Cabe afirmar que la imagen muy actual de José Ramia se emparenta con la tira cómica, la televisión, los dibujos animados, los espectáculos de la calle. A experiencia y experimentos sacados de la observación cotidiana, él agrega elementos proviniendo de la lectura, siendo un gran lector de poesía y de cuentos.

El artista puebla las telas de criaturas insólitas, de héroes de una ficción excéntrica, como sucede en este cuadro, fresco y humorístico, titulado “Prosopón”, ¡que se burla simpáticamente de la era tecnológica y sus mónstruos! Ahora bien, no nos preguntemos quienes son esos animales antropomórficos o aquellos humanóides de otra galaxia, aunque rodeados de figuras familiares…

José Ramia Gúzman, cuya pintura cuidadosa es indisociable de un dibujo preciso, posee una iconografía singular, independiente y algo rebelde, que encaja perfectamente en una figuración dinámica y un arte contemporáneo que todavía cree en el oficio, la superficie lisa y la calidad del color.

Marianne de Tolentino

Marzo

Leopoldo Pérez | Mutantes | 1975 | Óleo sobre lienzo | 71 X 47

Por Vladimir Velázquez.

En su novela “Un mundo feliz”, Aldous Huxley narra la aventura de un extraño personaje en una sociedad perfecta conformada por mu­tantes, seres estos manipulados biológicamente antes de su nacimiento para cumplir diversas funciones en dicho ambiente.

Cada ser, según la narración, era manipulado para cumplir una un rol específico. Los había de todo tipo, como una especie de sistema perfeccionado de castas, desde el escalafón más humilde conformado Pieza del mes 2010 por individuos feos y brutos quienes estaban destinados para las labo­res más elementales y pesadas, o el escalafón más alto de los bellos y perfectos, que sólo estaban allí para el gozo y la diversión, consumiendo una sustancia beatificadora denominada “soma”.

Después de innúmeras peripecias y encontrándose totalmente perdido en ese artificial mundo sinsentido, el protagonista se quita la vida mientras todo sigue igual, mensaje que nos alerta de la deshuma­nización de la sociedad moderna. Pero necesariamente los mutantes no tienen que tener un sentido negativo, de destrucción y perversidad, puede ser que dichas entidades sean mensajeros de buenas nuevas, “ángeles” en el sentido de nuestra cultura espiritual, tales como lo son lo son los santos y avatares de las diversas religiones, seres estos que sólo buscan la bienaventuranza y armonía entre los hombres.

En el presente cuadro: “Mutantes” de Leopoldo Pérez (Lepe) infe­rimos ese mensaje espiritual, no sólo por la formación humanística y metafísica de su creador, sino por el sentido que él sabe imprimirle a las figuras, una femenina y otra masculina, de elevación transfigurada, de un uso del color simbólico con lo que tiene que ver con los arcanos de la gnosis y movimientos esotéricos, y con los diversos elementos esquemáticos de su sugerente fondo evidentemente alquímico.

Pintura esta, “Mutantes”, de muy buen oficio técnico y dibujo só­lido y equilibrado, como lo son todos los trabajos de este excelente artista que es Lepe.

Febrero

Tony Capellán | Viacrusis para un despojo | 1992 | Gráfico sobre papel | 31.5 X 39.5

Tony Capellán invita a leer un conjunto visual… que se llama políptico, o sea una “obra compuesta” que consta de más de un cuadro: dos, tres, cinco… o más de diez, como es aquí el caso-. La mirada se traslada de la totalidad de la composición a la individualidad de los componentes, y viceversa. Los cuadros conforman un ensamblaje, dis­puesto de distintas maneras y en distintos tamaños: casi podríamos calificar al políptico como una instalación mural. Es un proceso pictórico, muy empleado en el arte contemporáneo, por artistas de todas las nacionalidades, entre ellos los dominicanos.

El Autor y la Obra
Tony Capellán, que nació en 1955 en Tamboril, fue considerado durante varios años como el emblema del arte contemporáneo y el creador rompiendo sistemáticamente los esquemas tradicionales. Hizo estudios en el departamento de arte de la UASD y en el Arts Students League de Nueva York primero se dedicó al dibujo y al grabado, llegando a ser el dibujante gráfico más brillante de su generación. La pasión por la experimentación y búsqueda de nuevos medios lo llevó a la escultura, a la pintura y sobre todo a la instalación. El ha ganado numerosos premios en concursos nacionales y es el primer artista dominicano de hoy en haber tenido fama y demanda fuera del país. Sus últimos éxitos internacionales son las participaciones en Quintapata actualmente en Buenos Aires- y en “Kreyol Factory”- en París-. Su compromiso, radical, no se limita a la parte formal, sino también incluye los temas, relativos a la colectividad y los derechos humanos: abusos contra los débiles –niños y mujeres-, migraciones y migrantes ilegales, investigaciones antropológicas y sociales en el Caribe. Sin embargo, él mantiene una concordancia estética, armonía que es una característica del arte dominicano, en todas sus tendencias y épocas.

¿Cómo separar estos cuadros? Físicamente no es posible, y conceptualmente el políptico “Vía Crucis para un despojo” se convierte en una trama, un tejido, una propuesta que se capta mediante elementos rítmicos, figurativos, matericos aun – lápiz de grafito y collage-, y nadie descartaría que, los cuadros encierran enigmas, voces, mensajes, ya que Tony Capellán sitúa esa epopeya visual en el Caribe y sus encrucijadas… He aquí un mundo iconográfico complejo que el artista nos invita a leer, si queremos, pues ni nos enseña ni nos obliga. Con inteligencia y ordenamiento geométrico, él formula metódicamente una composición cuadriculada, pero luego nos suelta, apelando a nuestro desciframiento de signos ontológicos y geográficos, cotidianos y mágicos, que cada “cuadrito” contiene. Tony Capellán, como todo artista contemporáneo auténtico, solicita la participación intelectual y sensible del espectador, que se vuelve así un creador asociado.

Marianne de Tolentino

Diciembre

Ramón Oviedo | Masa fluida | 1980 | Mixta sobre lienzo | 31.5 X 39.5

Alos grandes hombres se les rinde homenaje. Por servicios patrióticos, por una labor humanitaria y social, por un aporte creativo admi­rable, dependiendo de su carrera y de las circunstancias, ellos reciben el reconocimiento de la comunidad. El maestro Ramón Oviedo es una gloria nacional e internacional del arte: desde hace más de medio si­glo, su pintura ha tenido una significación histórica. Se le dedica la vigésima-quinta Bienal de Artes Visuales, y una magnífica exposición retrospectiva muestra la dimensión, la riqueza, la diversidad de su talento. El Banco Central se enorgullece por contar en su colección importantes cuadros de un artista excepcional, incluyendo a un con­tundente mural alegórico.

El Autor y la Obra
Ramón Oviedo nació en Barahona, en 1924. Suelen subrayar que fue autodidacta, pero sería más exacto mencionar una formación dife­rente en la cartografía y el fotograbado, oficios que le dieron el sobre­saliente dominio de la línea y el trazo, los contornos y las proporcio­nes. Fue solamente en el 1963 cuando él celebró su primera exposición individual. Desde entonces, su carrera ascendió aceleradamente, hasta convertirle en el artista de mayores inquietudes renovadoras y poli­facéticas en pintura, en una incomparable proyección continental y europea, de la mayor cantidad de monografías escritas sobre su obra.

Premios nacionales, festivales, invitaciones especiales, murales en la OEA y la UNESCO, primeras retrospectivas, condecoraciones,todos esos honores le incumbieron en medio de un trabajo encarnizado en el taller. Es el único pintor dominicano que fue declarado oficialmente “Maestro ilustre de la Pintura dominicana”. Su producción incluye pin­turas – cuadros de caballete y murales-, dibujos, carteles, ilustraciones, hasta esculturas y ultimamente grabados. Y sigue creando…

“Masa fluida” pertenece a un periódo cumbre de la plástica oviediana, que se sitúa aproximadamente entre 1974, fecha del Gran Premio de la Bienal Nacional otorgado a “Uno que va otro que viene, uno que va otro que viene”, y el 1980, cuando empieza a cuestionar la condición humana, la velocidad y la era tecnológica. Ramón Oviedo se creía grave­mente enfermo –por suerte no fue más que una falsa alerta- y se entregó a una pintura introspectiva, interrogando el origen y el destino, la vida y la muerte, la luz y la sombra. Los autorretratos –uno de ellos reposa en la Galería de los Oficios en Florencia- aparecieron, claramente perfila­dos o disimulados, el rojo dramatico – por cierto calificado como “Rojo Oviedo” se convirtió más que en un fondo, en una atmósfera envolvente.

Así sucede en este cuadro de técnica mixta sino misteriosa, “Masa fluida”, entre masas, alusiones, corporeidades, rostro, formas espectra­les. El espectador absorto se siente “atrapado” en una trampa pictóri­ca que hala su mirada y la prolonga… La abstracción y la figuración se funden. El lenguaje del color pluraliza los tonos. El ritmo se hace movimiento subyacente. El espacio se vuelve profundidad. En pocas palabras, una pequeña obra maestra del Maestro…

Vladimir Velázquez

Noviembre

Miguel Núñez | Sueños de todos | 1998 | Óleo sobre lienzo | 50 X 55

Por Vladimir Velázquez.

El impresionismo fue una corriente artística revolucionaria en su tiempo, porque los creadores que la seguían (Manet, Monet, Degas, Pisarro, etc.) querían romper con los cánones impuestos por la pintura académica y por los años y años de práctica que habían anquilosado al arte a ser una mera reproducción, más o menos acertada, de eso que denominamos realidad.

Una serie de descubrimientos científicos en torno al comporta­miento de la luz y el color, así como los estudios de Chevreul, la ob­servación atenta de cómo colorea la luz a las cosas, el descubrimiento importantísimo de que dentro de toda sombra hay luz y color, contra­riando la práctica por años de ennegrecer las sombras, cosa que hace que un cuadro impresionista sea tan luminoso, además el hecho de empeñarse los artistas a salir del estudio para pintar directamente en la naturaleza interpretándola más que copiándola, fue de vital importan­cia, y más, cuando en esos tiempos ya la fotografía era una seria com­petencia y era más efectiva en captar la realidad fríamente milimétrica que el ojo de un artista. En fin, que este movimiento representa la bisa­gra de lo que fueron los demás movimientos e ismos que se sucederían en todo el siglo XX, con una impronta que se extendería por todas par­tes con una ingente cantidad de artistas que se han aventurado y aún lo hacen dentro de esta corriente muy hermosa pero ya pasada de moda.

Miguel Núñez es un gran cultor de esta corriente tardía en nuestro país, y si bien sus temas no son obras de ruptura ni revolucionarias ni nada por el estilo (él nunca ha buscado realizar conscientemente ese tipo de piruetas visuales ni conceptuales), él sí se ha empeñado por realizar una obra encantadora, soberbiamente bien hecha desde el punto de vista de la factura plástica, en donde composición, riguroso dibujo, ricas gamas cromáticas y un uso pleno de las atmósferas y la perspectiva tonal, lo han llevado a consagrarse como uno de los gran­des favoritos del público y de los coleccionistas.

En esta obra: “Sueño de todos”, el artista nos sumerge en un idílico paisaje de su Cibao natal, en una contemplación extática de la belleza y la paz que la naturaleza nos provoca a todos, y más, cuando siendo entes citadinos de una urbe tan monstruosa e inhumana como esta que sufrimos y padecemos, la visión de una imagen como la presente produce tal tranquilidad y gozo de tan aletargante placer, que este es el gran logro por el que vale la pena reconocer a su autor, teniendo también la habilidad de centrar una figura de espaldas que es la que guía nuestra mirada a ese resplandeciente horizonte (se nota que Mi­guel Núñez aprendió bien este recurso de otro gran artista que tenía dicho leit motiv –figuras contemplativas de espalda- en sus cuadros: el romántico alemán David Caspar Friedrich).

En otras palabras, esta obra de Miguel Núñez si bien no es lo que se podría denominar una obra de vanguardia, tiene todos los méritos y cualidades para pertenecer a cualquier buena pinacoteca, y el Banco Central se enorgullece de poseer varias piezas, como la presente, de este excelente artista oriundo de Bonao.

Octubre

Arturo Grullón | Argel | sin fecha | Óleo sobre cardboard | 34 X 22

El 1900 abría las puertas del tiempo al Siglo XX y a los mayores cambios en la historia de la humanidad, el arte no escapaba a esas transformaciones que subvertirían forma, espacio y color. En pintura el impresionismo ya había impuesto una nueva vision, y el cubismo se asomaba en la descomposición de la figura. El arte dominicano, muy lejos aun de esas alteraciones de la realidad, estaba buscando su identi­dad, celebraba sus primeras exposiciones y cultivaba el realismo. Arturo Grullón, a pesar de su estancia parisina, permanecía fiel a la belleza tradicional y desconocia la modernidad artística.

El Autor
Arturo Grullón nació en Santiago en 1869. Estudiando Bellas Ar­tes en París, él se interesó especialmente por la anatomía, y tal vez esa predilección contribuyó a orientarle hacia la carrera de medicina, que empezó a cursar en 1895. Viajó a España y a Argelia, donde encontró la inspiración para escenarios y tipos humanos, entre ellos su cuadro más famoso El Moro, Primer Premio de la Exposición de 1900 en París. Sin embargo, abandonó pronto la pintura para dedicarse exclu­sivamente a la medicina. Después de la estadía europea, retornó; a su país, viajó a Cuba y regresó definitivamente a Santiago, donde se esta­bleció como médico y fundó una familia, perdiendo a sus hijos muy pequeños. No volvió a pintar ni siquiera a hablar de arte en lo que escribió. Murió en Santiago en 1942.

La Obra
El título del cuadro es incierto: Argel, referencia a una escena tí­pica de la region, o Tomando agua de la fuente, más descriptivo. En este refinado oleo sobre madera que es una de las obras maestras de la Pinacoteca-, él plasma el entorno mediterráneo, su vegetación , su arquitectura local. También nos informa sobre los atuendos, las acti­tudes, las faenas de las mujeres árabes: cargar el agua siempre fue una tarea prinicipal. La pintura es de alta calidad en dibujo, composición, color matizado y modulado.; Notamos la excelencia de la perspectiva, que va distribuyendo a los protagonistas en distintos planos. Ahora bien, si hay algo más sobresaliente aun, es el dominio de la luz, que nos hace sentir el calor, precisa las sombras como parte de los personajes y transmite una atmósfera de vida simple en medio de la naturaleza, acariciada por el sol.

Marianne de Tolentino

Septiembre

Leopoldo Pérez | Los Pescadores | 1967 | Óleo sobre madera | 32 X 21

Por Vladimir Velázquez

El trabajo forzado con poca o ninguna remuneración, la miseria, el sufrimiento y el dolor de gente sencilla, el hambre, el ascetismo, la elevación espiritual de los santos e iluminados, todos estos son los sím­bolos y pistas que muestra la obra de este laborioso gran artista de la plástica dominicana llamado Leopoldo Pérez o Lepe como es mayor­mente conocido.

Con un oficio bien acendrado en años de permanente investiga­ción y trabajo de taller, este artista nacido y formado en Santo Domin­go y con estudios de postgrado en la prestigiosa escuela de arte de San Fernando en Madrid, es uno de los cultores más avezados del expre­sionismo figurativo del arte nacional (corriente esta, por otra parte, la cual es la más seguida por los artistas locales), y si bien no expone con frecuencia, siempre una exhibición suya es todo un acontecimiento por la seriedad, pulcritud y belleza de sus propuestas visuales, obras estas que lo caracterizan positivamente de los demás creadores de su propia generación.

La pinacoteca del Banco Central se engalana con tres obras de este pintor, siendo la presente, “los pescadores”, una de las mejor conse­guidas por el manejo diestro del diseño, la pincelada expresiva, el uso de una gama limitada colores pero acertada (grises, tierras y azules sobre una imprimación blanca) creando un icono sintético de la hu­mildad y espiritualidad de la cual está impregnada cada tramo el plano pictórico, es decir, del misticismo que se infiere con aquello del gran pescador, pero más que de peces, de hombres, pues ambas figuras por la tipología y el refinamiento de su concepción y trazos bien pudieran ser seguidores del redentor del mundo, y de eso no nos cabe la menor duda, pues conociendo al autor y su práctica y fe profunda de la espi­ritualidad, sobre todo la gnóstica, se siente poderosamente el mensaje que quería brindarnos).

Es por ello que siempre decimos en todos nuestros comentarios que una obra de arte, sea del género que sea y del estilo o escuela que exista, debe trascender su mero marco referencial e ir más allá, llevar al público que contemple la obra a hacer tantas lecturas como le sugiera el tema propuesto, porque es allí en donde radica la sustancia en la apreciación, es decir, que cada obra sea un espejo para cada contem­plador, es decir, que cada uno se vea así mismo, tal como lo hace Lepe con esta magnífica pieza mucho más rica y sugerente de lo que su tema y título proponen.

Agosto

Gilberto Hernández Ortega I Retrato de Jesús de Galíndez | 1948 | Óleo sobre lienzo | 32 x 23

La pintura expuesta corresponde a la primera época de la Escuela Nacional de Bellas Artes, influida por los artistas del exilio europeo y realizada en plena dictadura. Es tanto más importante hacer estos señalamientos que el modelo del retrato estuvo directamente relacio­nado con las circunstancias históricas y su fin trágico causado por la barbarie trujillista. La modernidad, que impulsaron los profesores es­pañoles y germanos, flexibilizó el realismo académico e introdujo una emoción nueva.

El Autor y la Obra
Gilberto Hernández Ortega, que nació en Baní en 1924, fue uno de los grandes maestros del arte dominicano como docente –egresado, profesor y director de la Escuela Nacional de Bellas Artes- y como pintor –premiado reiteradamente en Bienales y concursos-, reconoci­do internacionalmente. Su muerte en 1979 fue una pérdida inmensa. Demostrando una profunda cultura pictórica universal, se impuso al mismo tiempo por su apego a los valores caribeños de la raza, el medio ambiente, las costumbres, siendo un admirador declarado de Wilfredo Lam. Dibujante experto y colorista sobresaliente, calificaron su obra como “expresionismo mágico”, a la vez introspectivo, sicológico y social. Este retrato de Galíndez, fechado del 1948, fue una obra de juventud, fehaciente de madurez, dominio técnico y sensibilidad. Ahora bien, Jesús Galíndez, profesor, investigador y escritor, militante por la causa vasca, se había marchado a Nueva York en el 1946. Si la fecha es exacta, o el retrato se hizo de memoria con referencias fotográficas, o había sido em­pezado antes de su partida, o más improbablemente el intelectual hubiera viajado a Santo Domingo.

El retrato, de gran refinamiento pictórico, se destaca por modu­laciones tonales, por una pincelada a la vez precisa y suelta, y sobre todo por una suave iluminación lateral, que exalta en el personaje la re­flexión y la vida interior. Elegante e impecablemente vestido –el pintor enfatiza cuello y puños de la camisa, corbata y pañuelo en el bolsillo del saco- Jesús Galíndez, joven y apuesto, sostiene en la mano un libro, símbolo de su oficio y dedicación. Una gama casi monocromática ins­trumenta la obra con una rara sutileza de medias tintas. La figura se encuentra ligeramente descentrada, destacándose así el motivo sobre un fondo liso y matizado. Ciertamente es uno de los más hermosos re­tratos dominicanos, y evocamos aquellos versos del propio Galíndez: Llevadme a dormir a Amarrio Que estoy cansado, y no puedo Detenerme en el camino; Caeré al azar, viajero.

Su deseo no pudo ser cumplido, ya que, secuestrado y asesinado por los esbirros de Trujillo en 1956, su cuerpo jamás fue encontrado.

Marianne de Tolentino

Julio

July Monción | Postal de Santo Domingo |2006 |Técnica mixta sobre lienzo | 64 X 48

Por Vladimir Velázquez.

“(…) La choza estaba dividida en dos habitaciones. El piso de tierra, disparejo y cuarteado, daba la impresión de miseria aguda. Había suciedad, papeles, telarañas y una mugrosa mesa en un rincón, con un viejo sombrero de fibras encima. El lugar era claro a pedazos: el sol en­traba por los agujeros del techo, y sin embargo había humedad. Aquel aire no podía respirarse (…)”

En este fragmento del cuento “Un niño”, Juan Bosch traza en unas cuantas pinceladas mágicas todo el abandono, la tristeza y soledad de un lugar cualquiera de los caminos polvorientos que componen nues­tra geografía, de esas humildes casitas hechas de adobe y fibras vege­tales en donde se tejen amargas realidades como las contadas en esta trágica y conmovedora historia. Toda esa visión narrativa, toda esa explosión de sentimientos con­tenidos de los dos protagonistas principales, el curioso viajero y el febril niño mutilado, que bien pudiera ser cualquiera de los tantos dramas cotidianos de los eternos olvidados del mundo, son los que acaecen en esta composición, dentro de esa casita derruida por los elementos y el abandono, la cual, con la puerta totalmente abierta, la artista nos invita sabiamente a adentrar la imaginación y la sensibilidad para que descu­bramos a través de la misteriosa penumbra del último plano interior, cómo la miseria y la desdicha se ensañan sin piedad con tantos y tantos dominicanos nacidos sin estrella ni fortuna.

Yuly Monción, la autora de la presente obra: “Postal de Santo Domingo”, es una artista que sabe expresar con maestría y belleza el dolor, la soledad y la nostalgia del paisaje dominicano con un estilo muy personal y rico de sugerencias y recursos pictóricos, utilizando técnicas que desde el collage, el uso libre de la espátula para las texturas, así como la sobria veladura para modelar el claroscuro (la sombra), evoca en esta pintura un lejano recuerdo, una perdida memoria de lo que fuimos y realmente somos como pueblo y que nos negamos a aceptar por estar tan inmersos en una posmoderna globalidad que no asimi­lamos ni mucho menos podemos entender. El uso que hace la artista de los grises, los llamados colores quebrados del círculo cromático, tan peligrosos para cualquier pintor inexperto porque contaminan de mo­nocromatismo y suciedad el espectro tonal, están aquí plenamente lo­grados, dándole un sabor acre, fatal, perdido, tan diferente de lo que es comúnmente realizado en el arte local, en donde los pintores se expla­yan en un arcoiris chillón de tonos y clichés compositivos que hacen que el común de la gente se confunda con lo nacional y lo caribeño.

Yuly Monción sin tener ese “colorinche” en su paleta ni esos mo­tivos que identifican a los artistas caribeños, en particular, a los domi­nicanos, ha sabido plasmar como pocos una identidad tan arraigada, tan peculiar y humana, tal como Don Juan lo hacía magistralmente con sus cuentos.

“Todavía podía verse el bohío refulgiendo al sol (…)”

Mayo

Evelyn Lima | Clarirad de la calle, oscuridad en la casa | 2006 | Acrílica sobre tela | 50 X 60

La pintura de hoy evoluciona en plena libertad, trátese de los temas, de las tendencias, de la técnica. Ya el artista no tiene que probar su modernidad, su compromiso, su vínculo a una escuela. En la tela el pintor juega muy seriamente, queriendo que compartamos su juego, que nos identifiquemos con él, aunque por supuesto será el ganador. Ese fenómeno sucede con Evelyn Lima.

La Autora
Egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes- hoy Escuela Na­cional de Artes Visuales-, Evelyn Lima ha cursado también la Licencia­tura en Teoría y Crítica de Arte de la UASD, graduándose con una tesis sobre la Instalación. Ha participado en Bienales y Concursos, admitida siempre, obteniendo un Premio en Casa de Teatro.Su útima individual fue muy aplaudida, pero ella prefiere participar en muestras colecti­vas. Esa opción se explica cuando comprobamos su labor polifacéti­ca. Evelyn Lima dibuja, pinta, “instala”, a la vez que enseña, imparte talleres, monta exposiciones, diseña museografías. Fue asistente de la Galeria Nacional de Bellas Artes, y posteriormente estudió en España.

La Obra
El gran tema de Evelyn Lima es la casa, casa-corazón, casa-refugio, casa-mundo. Se caracteriza por numerosas variaciones en tamaño, co­lor, formato, sin embargo, siempre la “construye” con un techo de dos aguas, y a manera de una casita de juguete.

Es multiplicable… de una vivienda aislada a una urbanización – una ciudad no tiene tanta regularidad-, inexorablemente ordenada, con decenas de residencias alineadas. Así se nos presenta “Claridad de la Calle, Oscuridad de la Casa”, con sus 60 estructuras casi idénticas, aunque todas distintas en el interior, invitándonos Evelyn a visitarlas individualmente. ¿Por qué esta oscuridad? Hay libertad de lectura, pero cabe percibir una alusión a los tantos apagones que ha sufrido nuestra población en décadas. ¿Por qué Claridad en la calle? Obvia­mente, la artista comunica que no existe relación entre la luz vial y la noche doméstica, a menos que ella se refiera a moradas y moradores durmiendo, mientras la calle está de vigilia. Nos encontramos ante un concepto de “obra abierta”… a la mirada, rica en efectos ópticos.

Marianne de Tolentino

Abril

Dario Suró | Plañideras del Mar Caribe | 1950 |Óleo sobre lienzo | 27.5 X 35

Si existe una lección que nos hayan legado los grandes maestros del arte universal, es que necesariamente una obra de arte no tiene que aspirar a ese aspecto tan socorrido que denominamos “bonito”, agra­dable a nuestra vista u oídos para no inquietarnos su apreciación, sino que en no pocas ocasiones se busca ese efecto, es decir, el choque, lo que repele, lo que haga que el espectador quede perplejo haciéndose múltiples conjeturas con respecto a lo que mira o lee, tal como en una ocasión comentó André Bretón de la impresión que debe dejar mar­cada la obra de arte en el contemplador: “como si fuera un puñetazo o bofetada que nos dieran en la misma cara…”

Y ciertamente eso han hecho decenas de notables artistas desde si­glos atrás hasta el presente, mostrándonos imágenes nada halagüeñas pero impactantes y de gran fuerza expresiva sobre sucesos, estados aní­micos, hechos mitológicos y bíblicos que los han inspirado, llegándonos a la mente talentos tan señeros como el del Bosco, Grünewald, Valdez Leal o el Goya de sus pinturas negras, hasta llegar a lo tremebundo del expresionismo alemán o a las extrañas criaturas sufrientes y líquidas de Francis Bacon.

En nuestro país también ha habido y hay artistas que siguen esa corriente de ese arte nada complaciente y que busca expresar esas zo­nas recónditas y oscuras del drama humano, en donde la deformación de los objetos, el colorido parco y quebrado, además de lo simbólico del tema, crean un ambiente de horror y fantasía que a su vez repele pero atrae; eso es lo que hace la obra que presentamos como pieza de este mes del laureado artista Darío Suro: “Plañideras del mar Caribe”.

Darío Suro fue uno de los artistas más versátiles de la plástica do­minicana; a su excepcional dominio de la técnica, aunó a su quehacer plástico innumerables estilos que desde el realismo académico pasó hacia la escuela muralista mejicana, el expresionismo, abstraccionis­mo, la pintura social, etc., no deteniéndose en nada, sino dejándose llevar por lo que le dictaba su prolífica imaginación. Esta pintura que puede usted apreciar, amable lector, se corres­ponde con el período expresionista del artista por allá en los años cin­cuenta, en donde la gestualidad violenta de la pincelada, lo constre­ñido del colorido casi opaco y parduzco (desagradable), además de la frontalidad y simpleza de la composición, con esos rostros monstruo­sos de los personajes que evocan un ignoto horror que nos sumergen a una aplastante sensación de impotencia tan avasallante, que tal vez esas plañideras o lloronas, tan comunes en los velatorios y entierros de la gente pobre, más que por gente anónima o los infelices comunes y corrientes de los pueblos, estén llorando y expresando su sufriendo por el país, terruño este sumido en aquella época oscura por la férrea dictadura trujillista que todo lo manchó de ignominia y profundo luto.

Vladimir Velázquez

Marzo

Manolo Pascual | Hippie con flauta | 1976 | Hierro y bronce | 31 X 8 X 11

Esta pintura es una de las obras cumbres de la Pinacoteca del Banco Central. El cuadro, de dimensiones modestas, proyecta la personalidad fundamental de Jaime Colson: orígenes puertoplateños, estilo neoclá­sico, dominio académico sobresaliente, rostros representados de modo similar en el hombre y la mujer.

El Autor
Jaime Colson -para el estado civil Jaime González Colson- nació en Puerto Plata en 1901. Hizo sus estudios de arte en Madrid y Barce lona. Viajó luego a París -su ciudad predilecta durante muchos años- y allí se inició exitosamente en el cubismo analítico y sintético. Se trasla­dó a México y a La Habana -donde trabó amistad con Mario Carreño-. Retornó a París, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 hizo que volviese a Barcelona, donde dejó huellas importantes. Dibujaba y pintaba con pasión en cada lugar, llevando al mismo tiem­po una vida bohemia y tejiendo vínculos intelectuales.

En la decada del 50 él volvió a Santo Domingo e ingresó al cuerpo docente de la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la cual fue director. Se quedó definitivamente en Santo Domingo, salvo dos breves estadías en Haiti y en Venezuela, viaje en que le robaron sus cuadros, desven­tura sucedida anteriormente varias veces. Siguió trabajando, pintando, dibujando, hasta muy avanzado el cáncer de la garganta que le causó la muerte en 1975. Una mezcla de pasiones, amargura y genio artístico, tal vez sea la mejor definición de Jaime Colson.

La Obra
De vuelta a su ciudad natal, Puerto Plata, en 1958, Jaime Colson aprovechó sus vacaciones para pintar la serie llamada de “Escena en Long Beach” por la playa del mismo nombre, embriaguez cromática de cielo y mar. Esta obra se destaca en la secuencia por la sensación de monumentalidad de los personajes que se alojan en un formato peque­ño. La composición sobresale por la geometría, la superficie plana del océano, la profundidad sugerida del cielo desde las tonalidades degra­dadas. Son dos personajes: un hombre y una mujer. Lucen hermanos... Los rasgos del rostro femenino y del masculino se parecen, recordando a la estética del efebo antiguo, aunque sea un mulato caribeño de hoy. La sutileza de las tonalidades, sordas y algo preciosistas, contribuye a la impresión de misterio que comunica el cuadro, hasta los dos arenques (¿?) yacentes en el plato en primer plano.

Febrero

Aquiles Azar | Payaso |1969 | Óleo sobre lienzo | 39 X 28 3/4

El arte dominicano, ya en plena modernidad, se encontraba todavía inmerso en una expresión social, que correspondía a los movimientos políticos y el retorno a la democracia, todavía frágil entonces. Los ar­tistas alentados anhelaban la vuelta a las bienales nacionales, un mer­cado del arte incipiente, el estímulo de las colecciones. La investigación tomaba fuerza. El ansia de internacionalización era una realidad.

El Autor y la Obra
A la vez odontólogo y artista con formación en ambas carreras, Aquiles Azar, nacido en 1932 en Santo Domingo, se ha dedicado a dos ramas profesionales, a las cuales se deben agregar la literatura - cuento y poesía -… y el coleccionismo de caracoles. Ha sido miembro activo de los movimientos culturales post-trujillistas y, con un real sentido del deber artístico, ha participado en casi todos los concursos y bie­nales nacionales de arte hasta muy recientemente. Otro rasgo notable es la frecuencia de sus decenas de exposiciones individuales y de su participación en muestras colectivas. Fundamentalmente dibujante, él plasma el bodegón, la fauna, la figura humana sobre todo. Sin temer las distorsiones, la fealdad y aun una cierta morbidez en el tratamiento de los rostros, él se adelantó a la época, con un tratamiento liberado de artista contemporáneo. Adscribiéndose al expresionismo -corriente mayor del arte nacional-, demuestra ligereza, habilidad y fluidez en el trazo. En pintura, le place magnificar los rostros y representar payasos, probablemente como símbolo de paradoja personal y social, ¡haciendo reír para no llorar!

No podemos decir que se trata de un autorretrato, pero Aquiles Azar proyecta en su anónimo modelo o fuente de inspiración, la forma de la cara y la intensidad de los ojos cuestionantes que todavía carac­terizan su mirada. El payaso ha sido uno de sus temas recurrentes, in­terpretando a la condición humana. En este tradicional héroe del circo, banalizado hoy en diversión de cumpleaños, él marca varios elemen­tos: el contraste entre una seudo sonrisa acentuada por le maquillaje de la boca y la tristeza interior, la típica bola algo descentrada de la nariz, la diadema de un pelo crespo a manera de un tocado, las orejas meticu­losamente diseñadas. La paleta instrumenta el físico y la sicología del personaje con la generosidad en una factura espesa. La luminosidad del rojo y el blanco se destaca sobre la neutralidad de la piel natural y un tono oscuro dominante parece empujar el rostro hacia adelante… ¡Al mimo tiempo, la colocación frontal comunica la impresión de un gigantesco retrato de identidad para documentos y pasaporte!

Marianne de Tolentino

Enero

Hilario Olivo | Transfiguración | 2005 |Óleo sobre tela | 30 X 24

Por Vladimir Velázquez v El presente año que recién comienza (el cual, pese a los nada auspi­ciosos augurios de toda índole que se ciernen sobre el mundo, todos esperamos sea lo más ampliamente positivo tal como nos lo merece­mos) continuamos la lista con otro excelente pintor de la generación de los ochentas, Hilario Olivo, con esta bella pieza de la pinacoteca del Banco Central:”Transfiguración”.

Hilario Olivo es un consumado artista de regia y original perso­nalidad, con imágenes que responden a la dualidad de las formas y la deconstrucción de sus elementos compositivos para configurar una suerte de magia ancestral que siempre sobrevuela el inconciente del hombre. Es un narrador de mitos en cuyos cuadros siempre está planteado lo mágico y exótico, no exento todo ello de un profundo lirismo y sen­sualidad como todo gran artista sabe imprimirle a sus criaturas de la imaginación y la fantasía. Su poética está plagada de arcanos símbolos y conjuros de un vasto cosmos que aún está en fase de gestación, por un lado informe e inma­terial, y por otro, ya conformado, delimitada la materia con soles, ne­bulosas y planetas, además de estratificaciones geológicas milenarias o de plasma sanguíneo aderezadas de deseo y pasión o todo a la vez, en fin, un verdadero y alucinante laboratorio de formas convertido en armonioso universo de luz y de color.

Y es lo que apreciamos en esta magnífica obra, “Transfiguración”, una acción de cambiar de forma o aspecto, mutando hacia otros pro­pósitos, un propósito que es el gran misterio del arte y que sólo el observador atento y sensible puede asir en lo más profundo de su de su ser, título éste el cual puede servir para transformarnos a nosotros mismos durante estos tiempos pletóricos de obstáculos que puede sin duda ayudarnos a crecer como mejores seres humanos.

Diciembre

Enriquillo Rodríguez Amiama | La mañana y tú | 2006 | Óleo sobre lienzo | 30 X 40

Los bodegones de Enriquillo Rodríguez Amiama ocupan un lugar muy especial en la pintura dominicana donde ese género, tradicional desde el período clásico, ha tenido cultores notables como León Bosch, Mariano Eckert y Marianela Jiménez, presentes en la Pinacoteca del Banco Central. Curiosamente, los dos pioneros del arte moderno na­cional, Yoryi Morel y Jaime Colson, no otorgaron gran importancia a las naturalezas muertas. Con excepción de los tres que citamos, el bo­degón en su temática y factura fielmente académica, ha sido esencial­mente entre los maestros, obra de juventud, y en la Generación del 80, podemos considerar a Enriquillo Rodríguez Amiama una excepción.

El Autor y la Obra
Enriquillo Rodríguez nació en Santo Domingo en 1962. El hizo sus estudios de arte en el Centro Nidia Serra y en la Escuela de Arte de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Se ha destacado desde su primera muestra personal en la Galería Paiewonsky, y ha presen­tado varias individuales y colectivas en salas de arte –la más recien­te en Alinka- y museos de Santo Domingo, entre ellos: el Museo de Arte Moderno, Museo Cándido Bidó, Bonao, y a nivel internacional en Canadá, Estados Unidos, Guatemala, Chile, Costa Rica, Panamá, Argentina, o sea en distintos países de Europa, América Latina y el Caribe, y últimamente en Corea del Sur. Es subdirector del Museo de Arte Moderno.

Muy joven entonces, Enriquillo Rodríguez Amiama quedó impac­tado por las manzanas de una pintora mexicana. Se inspiró… pero sin parecido alguno: eran el tema y sus connotaciones, tanto emociona­les como narrativos, que lo sedujeron. Ahora bien, ¿no es el mango la manzana del Caribe? Nuestro artista empezó a pintar bodegones de mangos… Él les comunicó sentimientos y estados de ánimo, los situó delante de paisajes y generalmente los colocaba sobre piezas de telas corrugadas. Así, miramos los mangos “escenografiados” en esta pin­tura. Efectivamente, están dialogando, y parece un diálogo de amor a primera vista. En este y otros cuadros emparentados por el tema, más allá de una esmerada representación, finamente pincelada y de un co­lorido rico y sutil, animado por luz y sombra, las frutas viven… como criaturas. Ellas están puestas sobre el mantel con tanta ligereza que casi parecen en movimiento y van a elevarse, por la magia de la atracción y… de la habilidad del artista.

Marianne de Tolentino

Noviembre

Ezquiel Taveras | Amuleto | sin fecha

Por Vladimir Velázquez.

La generación del 80 fue un colectivo originado en esa misma década que agrupó a un cúmulo de jóvenes artistas visuales inquietos, quie­nes buscando su espacio en las galerías y museos de entonces, crearon las bases de lo que llegaría a ser el gran movimiento de ruptura de la plástica contemporánea, aún cuando algún sector le regatee dichos méritos.

Fue el momento en que se pusieron en práctica no pocas de las innovaciones estilísticas y de lenguaje que estaban en boga a nivel in­ternacional, como lo son las instalaciones, creando un espacio para la experimentación visual que motivó encendidos elogios o el más repu­diable rechazo por parte de quienes manejaban el comentario cultural, pero eso sí, sin dejar indiferente a nadie que se apersonara a ver las diferentes propuestas presentadas.

Fue el momento del surgimiento de nombres importantes como Tony Capellán, Carlos Santos, Pedro Terreiro, Leonardo Durán, Ga­bino Rosario, Hochi Asiático, Belkis Ramírez y tantos otros, entre los que se encuentra el autor de la presente obra, Ezequiel Taveras, quien desde esa época y siendo aún un estudiante de la escuela de Bellas Ar­tes, descolló como uno de los valores más sólidos y versátiles con los que cuenta la plástica dominicana, demostrando en su quehacer uno de los oficios de mayor depuración y refinamiento estético, amén de un conceptualismo profundo de múltiples lecturas y significados.

La obra que presentamos para este mes: “Amuleto”, es una de sus piezas más representativas de este período que podríamos denominar “ontológico” por la carga metafísica de su simbología (manchas oscu­ras, grafología automática, palabras que evocan antiguos arcanos y una mano, que bien podría ser la insondable mano de Dios), y la cual está realizada con una meditadísima técnica que semeja un complejo y rico palimpsesto de bellísimo sentido plástico que es todo un alarde de vir­tuosismo sin que ello apague ni compita con su enigmático contenido.

Ezequiel Taveras ha sido merecedor de innumerables galardones y ha expuesto su obra en múltiples escenarios a nivel internacional, ha sido profesor de artes en importantes centros docentes como la Escue­la de Diseño de Altos de Chavón y UNIBE, considerándose por su se­riedad, dedicación y profesionalismo, como uno de los más importan­tes y jóvenes maestros de la plástica dominicana, siendo un honor que esta notable pieza pertenezca a la valiosa colección del Banco Central.

Vladimir Velázquez

Octubre

Juan Mayí | Memorias Sígnicas | 1990 | Técnica mixta sobre lienzo | 30 x 50

Juan Mayí nació en San Francisco de Macorís en el 1963. Recibió su formación profesional en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Santo Domingo y en la Escuela Superior de Bellas Artes de París. De 1989 al 2000 residió y trabajó en París. Ha obtenido más de 10 premios nacionales e internacionales, entre los cuales, en 1992, la Paleta de Oro del Festival Internacional de Pintura de Cagnessur Mer, cuatro Premios consecutivos en la Bienal Nacional de Artes visuales de Santo Domin­go, tanto en Dibujo como en Pintura. En 2007 le fue otorgado el Gran Premio de la XXIV Bienal Nacional de Artes Visuales de Santo Do­mingo. Sus obras forman parte de importantes instituciones públicas y privadas en República Dominicana, Europa, Estados Unidos, América Latina y el Caribe.

Personalidad y Estilo
Juan Mayí es un artista polifacético: pintor, dibujante, escultor, instalador y realizador de muebles exclusivos. Tiene su propia galería en la zona colonial de Santo Domingo, donde además construyó un café-teatro, habiéndose inspirado en proyectos culturales similares en Francia. Él siempre va creando componentes estéticos y técnicos nue­vos, pero sin romper con la producción anterior: ¡hay un estilo “Juan Mayí”! Explora, experimenta, enriquece, con una energía y recursos imaginarios admirables. Aunque podría ser un artista figurativo excelente –lo fue en sus inicios–, él se ha comprometido con la abstracción y la materia, agre­gando eventualmente elementos extrapictóricos y proponiendo refe­rencias culturales diversas. Es un colorista vigoroso, magistral en los contrastes. Incita al espectador a participar en la interpretación y el goce de sus estructuras poderosas, sean estas bi o tridimensionales.

La Obra
“Memorias sígnicas”, adquisición reciente de la Pinacoteca del Banco Central, se destaca por una extraordinaria vitalidad, exaltada por la división espacial en dos partes y dos colores primarios. Aunque la porción superior sea mayor en superficie, no avasalla la inferior: hay un equilibrio perfecto entre el azul matizado, relativa­mente ligero y atravesado por chorreados, y el rojo más violento, que integra signos circulares oscuros y enfáticos, horadados de fulgores e intensificando el desparramo líquido “pollockiano”. Una vara de ma­dera, cual flecha fijada en el soporte, fortalece aun más esta pintura ampliada en sus medios y ahonda su misterio atávico… Juan Mayí, en un cuadro muy contemporáneo, nos remite a cultu­ras primordiales y autóctonas, a conjuros y magia. Verdadero génesis cósmico, trasmutación de la vida y los fuerzas naturales, en pocas pa­labras es una obra fascinante.

Marianne de Tolentino

Septiembre

Inés Tolentino | En los haitises de consume mejor | 2005 | Acrílica sobre tela | 50 X 50

No hay ningún medio de comunicación ni reunión entre amigos ni debate político en el que no se toque por lo menos hoy día la pro­blemática medioambiental, tema éste de gran preocupación debido al dramático cambio climático que se está operando en todos los confines de la Tierra, en donde el devastador efecto invernadero originado por la propalación de gases lesivos a la atmósfera, principalmente por los vehículos de motor y la industria, unido a la tala indiscriminada de las selvas tropicales y a la imposibilidad de reciclar la mayor parte de los desechos producidos por el hombre, son los factores que coadyu­van al calentamiento global de los océanos produciendo temporadas más largas e inusuales de ciclones, calores extremos con inimaginables sequías en donde no las había y la elevación de los mares debido al progresivo deshielo de los glaciares.

Y así como está ocurriendo en todas partes, nuestro país no es ajeno a ese macabro daño producido por la ignorancia y la ambición desmedida de no pocos desaprensivos en un territorio que hasta hace algunos años se podía considera bendecido por la providencia, el cual hoy peligra debido a la quema y tala de sus principales bosques para hacer negocios fraudulentos con las maderas preciosas que se producen y los conucos recién creados, o el declive de sus principales ríos para extraer agregados para la construcción, o la aniquilación de sus bancos de coral y manglares para hacer sus costas más aptas a “las marinas y balnearios hoteleros” y no sean molestia de los turistas y millonarios que recalan aquí de todas partes.

La presente obra elegida como pieza del mes de Inés Tolentino: “En los Haitises también se consume”, inspirada en este tema ecológi­co y cuyo título es tan sugestivo como interesante la composición, los colores y símbolos empleados (código de barras incluido), en donde la concatenación de fuertes tonos complementarios a la misma inten­sidad (rojos, rosados, verdes) produce una violenta estridencia que la artista ha logrado con su consumada habilidad artística parangonar a un grito, una poderosa alarma o advertencia para todos los dominica­nos y seres sensibles para que podamos ver sin tapujos los males irre­versibles que le estamos infligiendo a la naturaleza de nuestro amado terruño.

Vladimir Velázquez

Agosto

Tomasina Tápia I Joven | 1979 | Pastel sobre papel Canson| 17 x 25 1/2

La Consideramos que la encantadora obra, pese a su formato peque­ño y su soporte de papel, tiene particular importancia dentro de la Pi­nacoteca del Banco Central. La técnica empleada es el pastel, que saca su nombre de una mezcla de tiza blanca y de polvo de colores, aglu­tinado por un líquido gomoso, o sea una especie de pasta endurecida que se amalgama en crayones. Muy friable, fácilmente, suele aplicarse sobre papel, requiriendo luego la vaporización de un fijativo para que se impregne la materia y adquiera permanencia. Favorece una gran riqueza tonal que no se debilita con el tiempo. Así se han conservado las tres obras al pastel de Cinnamon adquiridas por el Banco Central.

La autora y la obra
Cinnamon nació en Santo Domingo en 1953. Para el estado civil es Tomasina Tapia, pero prefirió que la conocieran con un nombre de artista, Cinnamon, más poético y evocador de color de canela y una gustosa especia “picante” como la artista. Estudió y se graduó brillan­temente en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Desde sus primeras ex­posiciones, obtuvo un notable éxito y su carrera en Santo Domingo se pronosticaba muy prometedora. Sin embargo se marchó rápidamente a México donde reside, lleva una vida de familia y trabaja. Se reciben escasas noticias de ella, pero nadie le ha olvidado y su obra-casi siem­pre a pastel y representando mujeres- se aprecia mucho todavía.

¿Enigmáticamente titulada “De la casa”, se tratará de una persona familiar o de una pensionista de una casa de citas? Forma parte de esos retratos anónimos de mujeres, que constituyen un tema destacado en la producción de Cinnamon. Elegante seductora, adornada con flores llamativas, la joven cautiva la atención por su garbo y expresividad y sobre todo por la exquisitez de la realización. La artista maneja la difí­cil técnica del pastel magistralmente, matizando los colores y varian­do las texturas, desde una sustancia consistente hasta una casi huella, ligera y transparente que permite ver el grado de papel. El bouquet rojizo equilibra la composición. La luminosidad surge desde el fondo. El negro -en este cuadro y en otros- se usa no solamente como un con­trapunto y un instrumento del dibujo, sino como un color que realza a los demás y acentúa el contraste, aumentando la vitalidad cromática. Es definitivamente una obra deleitable, que reúne las cualidades del dibujo y de la pintura.

Marianne de Tolentino

Julio

Mariano Eckert | Mandarinas | 1987 |Óleo sobre lienzo | 28 3/4 X 38 3/4

Por Vladimir Velázquez.

En el último decenio del siglo XIX se estaba gestando en la pintura europea una gran revolución que lo cambiaría todo, pues ya el arte no era un vehículo para representar a la naturaleza descriptivamente con pelos y señales, ya que en ese momento se desarrolló un medio para hacerlo y hasta de mejor manera: la fotografía.

Esa gran revolución se gestó dejando que el tema sugiriera la forma, el color y el estilo y de que la pintura se hiciera más pintura y menos realidad, menos representación fidedigna, a sus elementos más simples, transparentando la geometría de los objetos hasta hacerla casi visible; y ello se logró con un género que podría parecer al profano algo poco trascendente pero que tuvo importancia capital, pues es el origen de lo que llegaría a ser la gran ruptura del siglo XX con el cubismo. Ese experimento se hizo a través del bodegón, y su gran maestro fue Paul Cezanme.

Algunos decenios después, un italiano llamado Giorgio Morandi, siguió experimentando durante toda su vida con este aparentemente simple y común género de la pintura, y logró milagros con compo­siciones muy sencillas y austeras: algunos vasos, floreros y pequeños platos, tanto, que parecían cuadros desnudos, en donde cada elemento es esencial para el equilibrio y la armonía del conjunto.

Y así el bodegón ha sido y es uno de los temas favoritos del arte de todos los tiempos, desde los del legendario realismo que se le atribuye a Apale en la antigua Grecia, o el maravilloso banquete pintado por Leonardo para su “Cenacolo”, o las naturalezas muertas de Caravaggio de sus composiciones, o los cuadros de género de los pintores holan­deses, etc., hasta llegar a nuestros días con bodegones de diversos es­tilos, inclusive la vigencia del estilo realista e hiperrealista, como la de nuestro gran maestro Marino Eckert, quien ha dejado su excepcional impronta por el manejo soberbio de las texturas, del color y de la com­posición, siendo los frutos como el del presente cuadro, “Mandarinas”, un verdadero deleite para la vista del espectador y que nos invita a apreciar las cosas buenas de la vida.

Junio

Plutarco Andújar | Baquiní | 1960 | Óleo sobre lienzo | 31 X 8 X 11

La tierra dominicana produce plantas, frutas y flores hermosísimas, y esa generosidad podría ser una fuente permanente de inspiración para la pintura. Sin embargo, no son muchos los grandes artistas nues­tros que han dedicado su talento a las maravillas de la naturaleza crio­lla y, cuando lo hicieron, fue de manera esporádica y con parsimonia. Plutarco Andújar es una excepción, celebrando las vistas del mar, del mercado, de la flora, así lo muestra este esplendoroso ramo de gladiolos.

El Autor y la Obra
Hoy, Plutarco Andújar, nacido en Santo Domingo en 1931 y gra­duado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, es al fin uno de los artis­tas cimeros y más respetados que tiene el país. Sus dotes sobresalien­tes, un postgrado en Madrid, distinciones y viajes tempranos hubieran debido permitir que él sobresaliese como uno de los maestros de la pintura nacional moderna. No obstante, se recluyó en su casa duran­te muchos años, y pintaba incansablemente sus temas favoritos en la soledad del taller, más explotado y sobreviviendo que apreciado en su justo valor. Murió en Santo Domingo en 1995.

Estas flores son, en el género, una de las obras maestras del arte dominicano. Su título, “Baquiní”, provoca la atención y ciertamente hace pensar. En vez de llamarse simplemente “gladiolos”, se eligió una metáfora, refiriéndose al rito funerario y homenaje rendido a un in­fante muerto al que rodean de flores. El cuadro adquiere entonces una significación espiritual y emotiva.

Alegoría y realidad se funden en una interpretación pictórica ex­traordinaria. La composición irradiante lleva al espacio tallos y péta­los, corolas y botones, a manera de un estallido de formas y colores que glorifican, casi místicamente, la naturaleza. Expresa al mismo tiempo la creación, la vida, el amor. Aquí la imagen “canta” como un poema de rimas ricas, como una elegía a la vez triste y alborozada. Plutarco, como solían decirle, demuestra la exquisitez de su técnica, conjugando la firmeza de un toque ligero y la seducción de un pigmento sustancio­so -que solamente propicia la pintura al óleo-, en una textura atercio­pelada y brillante. Nos deleita la perfecta armonía cromática, y la mi­rada culmina en los pétalos rojos, caídos y vueltos símbolo de congoja.

Marianne de Tolentino

Mayo

Juan Trinidad | Transformación | 2006 |Roble centenario | 87 X 45 X 37

Por Vladimir Velázquez.

Decía el más grande escultor del Renacimiento, Miguel Ángel Buo­narroti: “que el arte de la escultura es simplemente el acto de liberar a la figura que está dormida en la piedra”, en otras palabras, es un dejarse llevar en el acto de tallar a lo que dicho material sugiere.

Es lo que se puede apreciar en la multitud de personajes bíblicos, mitológicos, de esclavos y figuras yacentes, principalmente las que es­tán sin concluir que nos legara este genio inconmensurable, esto es, que es el material el que dicta sus propias reglas, y es el mismo princi­pio que han usado siempre todos los grandes creadores de esta disci­plina, desde Fidias hasta Moore.

Y esta norma también ha sido llevada por nuestros grandes escul­tores (incluidos los españoles que se volvieron dominicanos por adop­ción), desde Manolo Pascual, Antonio Prats Ventós, Martínez Richiez, José Ramón Rotellini, Salvador Vassallo, etc., hasta llegar a algunos más jóvenes que se arriesgan en un arte, la escultura, que si bien es apreciado, no goza, sin embargo, del mismo favor del público como es el caso de la pintura, pero con el que se sigue trillando un camino esforzado y serio, devastando el material hasta conseguir la pieza con­tenida en el mismo, y cuyo sello es la excelencia, como es el caso del autor de la presente pieza, “Transformación”, cuyo nombre hay que tomar muy en cuenta a la hora de ponderar el arte dominicano con­temporáneo: Juan Trinidad.

El mundo de la imaginación es un universo rico, pleno de miste­rios y verdades insondables que buscan revelarse a través de la sensua­lidad y la belleza, cualidades estas contenidas en esta escultura totémi­ca ejecutada con evidente maestría por Trinidad, la cual es una imagen reconstruida y en movimiento en sus partes más elementales de una figura humana (semejante, a mi entender, en la sensación de las fases dinámicas que nos plantean las imágenes estroboscópicas del fotógrafo Muybrige), sumergiéndonos en ese mundo subyugante y sinuoso que sólo busca sus valores en el propio medio de expresión, que son ajenos a los conceptos extra plásticos que muchas veces la crítica atribuye a cualquier pieza artística, cuando el arte es un medio de expresión que sólo se justifica a sí mismo.

Abril

Manolo Pascual | Hippie con flauta | 1976 | Hierro y bronce | 31 X 8 X 11

La colección de esculturas del Banco Central es modesta en cantidad, pero de alta calidad en todas sus piezas, cuyos autores pertenecen a una notable selección de artistas modernos. “El Hippie con flauta”, a menudo llamado sencillamente “El flautista”, es un ejemplo encantador de esa representación y demuestra que la figura humana puede ser tratada en tres dimensiones, conjugando los cánones clásicos y una creación llena de fantasía.

El Artista y la Obra
El catalán Manolo Pascual, nacido en 1903, significó una de las grandes contribuciones de la inmigración española a la enseñanza, siendo el primer director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, y también a la expresión plástica desde la década del 40. Permaneció en Santo Domingo hasta el 1951 y falleció en Nueva York, en 1983.

Él introdujo la escultura moderna en la República Dominicana, hasta entonces realista y neo-romántica. Su estilo singular supo sim­plificar el tratamiento de la figura humana, dotar su construcción de una geometría subyacente, comunicar una inventiva rica en humor y poesía. Los metales, el hierro principalmente, fueron su material pre­dilecto, testimoniando su habilidad en la soldadura y el ensamblaje. Él recordaba obviamente los encolados cubistas, llevados entonces a la tercera dimensión, construyendo, agregando, recreando...

El “Hippie con Flauta”, escultura en bronce y hierro, de pequeño formato, se distingue por una factura impecable y una expresividad ex­traordinaria. Parece inscribir en el entorno una silueta en movimiento, proyectando vida y sensibilidad, pero al mismo tiempo concentrada en su melodía. De los mechones de cabellos hasta los dedos sobre el instru­mento de música, los elementos escultóricos de la parte superior diseñan ritmos y notas, mientras el resto del cuerpo, las piernas, la base del perso­naje afianzan la forma y el volumen pese a la delgadez de una estructura vertical. Esta escultura, refinada, sutil, burlona aun, aumenta su seducción mientras la estamos contemplando. Una vez más, frente al flautista de Manolo Pascual, nos percatamos de que las obras de arte, pinturas o esculturas, no necesitan dimensiones monumentales para cautivar el interés, suscitar la admiración y comunicar el temperamento apasio­nado del artista.

Marianne de Tolentino

Marzo

Fernando Varela | Travesía | 2006 | Acrílica | 45 X 45

Por Vladimir Velázquez.

El fenómeno migratorio es un hecho que viene sucediendo desde los mismos albores de la humanidad, es decir, desde el momento en que el hombre salió de las sabanas africanas y se desplazó a través de Asia menor, Asia, Europa, Oceanía y América, formando las diferentes civilizaciones y culturas que todos conocemos.

Y ese desplazamiento de grupos humanos de un lugar a otro, ora por el clima, ora por las guerras, ora en la búsqueda de mejores con­diciones de vida, es algo que aún se mantiene. Hoy día, quizás, con mayor intensidad que nunca, sobre todo por la enorme brecha abierta entre los países más ricos e industrializados del mundo y el resto, la gran mayoría de los pueblos que nos debatimos en serios problemas para alcanzar el desarrollo, lo cual es el caldo de cultivo de múltiples problemas de todos conocidos, en especial, de la segregación, racismo e intolerancia que paradójicamente perviven en pleno siglo XXI.

El migratorio es uno de los problemas más graves que vivimos a diario en nuestro propio país, debido no sólo por las oleadas de millares de seres humanos provenientes de nuestro vecino país hermano Haití, sino porque nosotros mismos, los dominicanos, también lo hacemos en procura de horizontes más promisorios para la vida, utilizando a las mortales “yolas”, las cuales se han convertido en un símbolo de libertad teñida de tragedia para los dominicanos.

Son muchos los artistas dominicanos que han enfocado su aten­ción hacia esta temática que tanto nos duele, pero hay uno que va más allá de ese enfoque, a veces anecdótico, y lo eleva a niveles de trascen­dencia, enfocándolo desde un punto de vista mágico-antropológico (y hasta ontológico), con el sincretismo cultural, existencial, lingüístico, etc., realizando con sus imágenes verdaderos palimpsestos conceptua­les de potente valor comunicativo, pero sobre todo, de indudable belle­za pictórica, como la del autor de la presente obra “Travesía”, del gran artista domínico-uruguayo Fernando Varela.

Varela es uno de los más acuciosos investigadores visuales con los que cuenta la plástica nacional, un conocedor profundo de su oficio que ha venido evolucionando en un lenguaje propio y comprometido que le ha valido innumerables reconocimientos de la crítica y premios de los principales concursos y bienales nacionales, en los que insiste en un mensaje de identidad que viene dado, como en el caso presente, con la simbología de la frágil canoa (o piragua), figuras y elementos sincréticos, y a veces las letras del alfabeto en posiciones aleatorias.

Febrero

Paul Giudicelli | Mujer ante un espejo | 1962 | Óleo sobre tela | 22 X 30

El cuadro es una de las obras más valiosas de la Pinacoteca del Banco Central, por la importancia de Paul Giudicelli en la historia del arte dominicano, y por el estilo ya contemporáneo de una pintura, que rompe con los patrones formales y cromáticos de la época en la que fue ejecutada.

El Autor y la Obra
Paul Giudicelli, nacido en 1921 en San Pedro de Macorís, superdotado en dibujo, se demoró sin embargo para estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes y luego para presentar su primera exposición. Desde entonces fue elogiado siempre por la crítica, expuso varias veces y ganó tres premios consecutivos en bienales nacionales. A pesar de su inmenso talento y aporte innovador a la pintura dominicana, él no pudo proyectarse en el exterior, la dictadura de Trujillo negándole un pasaporte. Trabajó encarnizadamente en el taller hasta su muerte a destiempo en 1965 -a causa de un cáncer-. En menos de 20 años de carrera, su contribución artística fue enorme, única aun por la brevedad de su trayectoria y los cambios revolucionarios que introdujo en los pigmentos y la investigación formal.

La “Mujer ante un espejo”, a veces presentada sin título, corresponde al período cumbre de expresión pictórica. La interpretación puede ser figurativa, sugiriendo un cuerpo de perfil recordando que esa misma temática la usó Pablo Picasso, o bien abstracta, valorando la construcción en el espacio, los ángulos, los ritmos de esa geometría “informal” entre líneas rectas y dos pequeños círculos, uno situado en el mismo centro del lienzo, ¿y correspondiendo a un ojo? El color es austero, la materia seca, los tonos en una gama terrosa llegando al negro, pero con trazos y detalles grisáceos que iluminan el conjunto y destacan matices.

El marrón y demás tonalidades oscuras pueden ser vistos como una metáfora de la tierra y la raza antillanas. Una de las propiedades singulares del cuadro consiste en que Paul Giudicelli la pintó encima de otro cuadro -¿por razones de economía?- donde él extiende una especie de red, dinámica y geometrizante, cubriendo toda la superficie y casualmente emparentada con el diseño de la segunda tela del mismo pintor que pertenece a la Pinacoteca... Se nota claramente en el reverso de la pieza o en un estudio radiográfico.

Marianne de Tolentino